Juanra Fernández

Redactor

Laura siempre quiso ser actriz, desde pequeña soñaba con parecerse a Lindsay Lohan y como transformarse en una niña pelirroja y con pecas no parecía fácil, se conformaba con ser famosa e interpretar a dos gemelas en la televisión.

Cada año, en el colegio, se apuntaba la primera en el reparto de papeles de la función de Navidad. Hizo de pastorcilla, de ángel y hasta de Virgen, ese fue su primer y único protagónico. Y no sería hasta cuarto curso cuando surgiría su gran oportunidad para demostrar su valía. Ese mismo año se había incorporado una nueva profesora para impartir la asignatura de Lengua. Era distinta al resto de docentes, llevaba el pelo de colores y vestía con ropa que parecía vieja, aunque le daba un aspecto divertido.

La nueva maestra quería hacer algo diferente para la función teatral y consiguió que el consejo escolar le permitiese escribir ella misma la obra y llevarla a escena.

El sueño frustrado de la profesora había sido dedicarse a la dramaturgia y quizá, con esa función, lograría demostrar su talento como escritora y directora.

Organizó un casting entre los alumnos y Laura logró estampar su nombre el primero de la lista. Sin embargo, la maestra estrambótica y vestida con ropa vieja, parecía decidida a anular el sueño de la niña de golpe y porrazo.

Laura fue seleccionada, pero se quedó sorprendida al ver que su papel no tenía diálogo, aunque sí frase, una onomatopeya. 

Ella haría de ambulancia y evidentemente su principal duda fue que qué hacía una ambulancia en una función navideña. Nunca lo entendió y sigue sin entenderlo, no obstante la profesora la consoló dando una importancia poco razonable al papel. Ella le decía que su aparición marcaba el ritmo de la escena, se justificaba añadiendo que la palabra ‘nino’, repetida durante ocho veces consecutivas, marcaba el pulso a través de la división de sus sílabas y conseguía un compás de cuatro por cuatro con un tempo andante.

Laura, extrañada, practicó durante días su ‘nino, nino…’ una y otra vez, sin saber que era el pulso, el compás o eso de andante, ya que su personaje debía permanecer de rodillas durante toda la escena.

Esa posición encogida la colocaba en desventaja respecto al resto de compañeros, pues no solo hacía un papel absurdo, si no que además estaba agachada tras el personaje del conductor, lo que impedía que la mayoría del público la viese. Sin embargo, lo que más le dolía no era estar en segunda línea, era que ni siquiera hacía de ambulancia, ya que por la disposición en el escenario representaba el culo de dicho vehículo.

Tras la función, nada más cerrarse el telón, Laura huyó del escenario y, sin quitarse el absurdo disfraz, corrió en busca de sus padres. Ellos la recibieron con halagos y besos, estaban orgullosos de su niña, aunque la pequeña comprendió en ese mismo momento que su carrera como actriz se había terminado. Ya no quería ser Lindsay Lohan. Sería lo que el destino decidiera que fuese.

Y ese mismo destino llevó a su casa al final de esas Navidades, de la mano de los Reyes Magos, una batería de juguete.

Laura se sentó en ella y se desahogó aporreándola, cada golpe la unía más al instrumento y la alejaba de la humillación de la ridícula obra de teatro que una profesora medio loca había decido escribir y representar.

Ahora, casi veinte años después, Laura no es actriz, pero sí es una de las mejores bateristas de la actualidad y lo sé porque la he visto y escuchado tocar…