Daniel Carmona

Daniel Carmona

Redactor

Madrid, 13 de enero de 2021. Fundación Juan March

Primer concierto del ciclo “El piano español del siglo XIX: una propuesta canónica”, que propone un canon para un corpus musical –el del repertorio pianístico español del siglo XIX– desconocido para el gran público y para la mayoría de los intérpretes y huérfano de un discurso musicológico capaz de enjuiciar su verdadera dimensión. Josep Colom interpreta obras de Masarnau, Chopin, Schumann y Mendelssohn.

En el formato que presenta la Fundación Juan March, el concierto estuvo precedido por una charla entre el intérprete y el autor de las notas al programa, Fernando Delgado García. Retransmitido en streaming en Radio Clásica, march.es y YouTube, el concierto contó con público presencial con un aforo muy reducido. 

En la introducción al concierto se comenta que Santiago Masarnau (1805-1882), madrileño de nacimiento, fue un músico español de carácter inquieto que ha permanecido desconocido hasta nuestros días. La primera biografía sobre este compositor la realizó José María Cuadrado en 1905. Se sabe que viajó a Londres y a París, donde llegó a conocer a Chopin, del que es contemporáneo, así como de Schumann y Mendelssohn, autores elegidos para acompañar este concierto. Tras el estudio de sus obras para este estreno, Josep Colom comenta que Masarnau le ha parecido un artista versátil en cuanto a su expresión, del cual apetece conocer un poco más su personalidad, ya que trasciende la música de salón romántica. 

Después de la charla, y tras unos minutos para la concentración del intérprete, comienza el concierto con la Marcha fúnebre de Chopin, con gravedad y sobriedad, sin dramatismo. La parte central emerge como un rayo de luz y esperanza, con gran transparencia en la conducción de las voces melódicas, de forma constante y continua para generar crecimiento y decrecimiento. La obra es enlazada al Preludio de las 3 morceaux expressifs Op. 18 de Masarnau. La melodía claramente recuerda a la parte central de la anterior, que lejos de relacionarse con el actual (e inexistente en la época) sentido de plagio, se traduce como homenaje a un admirado Chopin. La obra, construida mediante una melodía cantábile y acompañamiento con arpegios ascendentes y descendentes, sorprende por su desarrollo armónico y las modulaciones en relación de mediante, interpretada con un bello lirismo pianístico procedente del lied.  

A continuación sonó el Scherzo del mismo Op.18, en un estilo divertido y juguetón al más estilo Schumann, cuyas apoyaturas y mordentes pueden sugerir en cierto sentido a la música folclórica española. Destaca una parte central tipo fanfarria con acordes repetidos, contrastada con un tema con textura similar al anterior Preludio, donde nuevamente se aprecia calidad en el desarrollo armónico. Una cadencia nos devuelve a la primera parte de la obra, por lo que la forma se corresponde con el Lied (A–B–A’), en el que cada sección tiene a su vez forma interna también en A-B-A’.     

Cuando finaliza la obra anterior, el oyente reflexiona que le ha recordado a algo. Y es entonces cuando brota Fabel de las Fantasías Op. 12 de Schumann, con el mismo comportamiento en el lirismo y la forma, trayendo a sus oídos justo el ejemplo que buscaba recordar.  

Tras esto, la última del Op. 18 de Masarnau, Notturno, que con su indicación “Andante amoroso” nos introduce en una textura pianística que recuerda a Mendelssohn. Y perfectamente nos sumerge el intérprete en un colorido pianístico imbuido del enamoramiento de una melodía italianizante, contrastado con elementos de carácter juguetón y coqueto. Las modulaciones en relación de mediante y las secuencias melódicas nos conducen a la plenitud con una melodía final octavada, tras lo cual una Coda, que suena como una improvisación, nos deja en ese mágico estado de ensoñación.  Para terminar la primera parte, en la Romanza sin palabras Op. 19 nº1 de Mendelssohn encontramos la belleza de lo simple, y la simpleza de lo bello. Qué loable manera de hacer cantar al piano, con dulzura y sinceridad, en una expresividad sin artificios que brilla por su sencillez y pureza. Bravo por el maestro Colom. 

En el interludio entre las partes se comenta en la retransmisión la belleza en la que el maestro ha hecho cantar al piano con sus dedos. También se aportan los datos de que precisamente Mendelssohn estrenó en Berlín el Nocturno patético para cuatro manos Op. 15 de Masarnau, y que entre el catálogo del compositor español también se encuentran lieder, obras para música de cámara, un concierto de órgano dedicado a Fernando VII y alguna misa. 

La segunda parte comienza con las Trois airs caractéristiques de danses nationales espagnoles Op. 17 de Masarnau. La primera de ellas, Boleras, tiene un marcado carácter popular español, con gran presencia de grupetos y alegría pintoresca. Su forma ternaria se corresponde alternativamente con las secciones de la danza, el canto y la danza. Las Tiranas, en modo menor, tienen una introducción danzada que nos conduce a un canto de copla. La obra se construye mediante la alternancia de estos dos elementos, con cada aparición de la copla cada vez más desarrollada, más grandiosa y con más elementos virtuosísticos, como las octavas quebradas y los adornos entretejidos. La repetición sobre una misma nota, un trino y un glissando ascendente nos conducen a su final. Por último, las Manchegas se corresponden con una obra rítmica, inspirada en la danza de la jota manchega en modo mayor, que funciona a modo del Ritornello barroco como interludio entre las coplas contrastantes en modo menor. Los ritornelos van ganando en virtuosismo con el sonido de un tutti orquestal, y las coplas ganan en la belleza de las voces melódicas secundarias que el intérprete nos muestra. Como este último comentaba antes del concierto, esta obra puede ser una de las primeras obras de calidad representantes del pintoresquismo español para extranjeros, en estrecha relación con lo que más tarde hará un Granados postromántico.  

El Bolero Op. 19 de Chopin, obra poco frecuentada, recuerda en cierta manera a las texturas y melodías que han aparecido en las Boleras y Tiranas, debido a algún deje melódico español en los intervalos y en los grupetos. Las cadencias, en estilo improvisado, son ahora llevadas a un nivel superior de desarrollo, así como el resto de las texturas pianísticas. La modulación al modo mayor recuerda también a un tutti orquestal. Josep Colom nos guía magistralmente por esta obra caótica mediante la transformación, el desarrollo y el contraste de elementos. Aparece el ritmo de polonesa en el acompañamiento, que es similar al del bolero, aunque esta obra dista del carácter aguerrido de las polonesas en los caracteres apacibles, divertidos y joviales inspirados en la danza popular. El final resulta grandioso y apoteósico, clausurando la segunda parte. 

En el interludio entre partes se comenta que unos buenos bailes nos hemos echado gracias a la amistad entre Masarnau y Chopin. También se habla del pianista Cramer, alumno de Beethoven, que le dedicó obras a Masarnau, y la Fantasía de este último está dedicada precisamente a Cramer. 

La tercera parte comienza con Balade nº 3 Op. 25, “Découragement” (“Desánimo”) de Masarnau. En esta obra se aprecia ya una madurez artística, en el desarrollo de unas frases con mayor extensión y la pretensión de unas ideas musicales no tan simples, mucho más profundas. Suspensión y tensiones más prolongadas hasta su resolución, melodías estiradas, genialmente conducidas por el intérprete. Lejos del virtuosismo chopiniano, se encuentran más próximas a Schumann. 

La ida al silencio es mágica, y con magia brota de la nada Bunte Blätter Op. 99 nº 1. Nicht schnell, mit Innigkeit de Schumann. “No rápido, con intimidad” es la indicación en alemán, y en un decir sencillo reside la belleza de un canto lleno de ternura y dulzura, que nunca cae en lo empalagoso, sino que sienta al oído como un regalado bombón al paladar. Magnífica interpretación de Josep Colom, que de nuevo se marcha al silencio con la misma magia con la que apareció. 

La Fantasía Op. 21 de Masarnau recuerda en su textura al preludio en Mi menor de Chopin, aunque melodía no es tan impasible en su inicio, sino que se presenta con algún movimiento más amable. Tras una forma A-B-A’, cuando la obra parece que, concebida en pequeñas dimensiones, se acerca a su final, aparece un tutti orquestal y luego un scherzo al estilo schumanniano que nos anuncian que aún queda mucho por sonar. Encontramos texturas más virtuosísticas, con desarrollos armónicos bien construidos mediante enfatizaciones, progresiones y cadencias. Algunos dejes españoles propician la vuelta al tutti orquestal. Momentos de suspense, de recuerdos, desarrollos desde lo angelical hasta lo terrenal, con texturas similares a la Balade. La obra va creciendo desde lo pequeño a lo grande, en tensión y extensión desarrollada en grandes secciones construidas a partir de elementos texturales pequeños. El final angelical se posa con serenidad. Y es que ya lo anunciaba el intérprete en la charla previa al concierto: la Fantasía no es tan unitaria en el carácter, es más tipo Balada de Chopin, al pasar por campos emocionales muy diferentes. Se puede entrever una forma sonata con interludios, en una elaboración original y ambiciosa. 

Por último, el Preludio en Mi menor Op. 28 nº 4 de Chopin aparece casi como una propina de lo anterior. Aparece un sonido con desnudez, desprovisto de dramatismos trascendentales. No hay una intensidad concentrada, sino un paisaje sonoro plasmado con sencillez y humildad. Acertadísimo. 

Silencio reflexivo, tras el que lleva su tiempo que broten unos aplausos interminablemente merecidos. 

Hemos podido asistir a un concierto perfectamente hilvanado y entretejido, que supone un viaje musical con coherencia y cohesión. Deliciosa tarde en un salón romántico en el que algunos amigos compositores coetáneos se han dado cita para expresar sus muchas ideas y coincidencias, revividas por las manos expertas de tan magistral intérprete. Hora y media de concierto en el que se consolida una figura recién descubierta: Santiago Masarnau.