En 2013, Breaking Bad cerró su historia con un plano cenital de Walter White perfecto y todos quedamos contentos. Poco tiempo después, Vince Gilligan, creador de BB y Peter Gould, guionista en un puñado de episodios, habían preparado un spin off de uno de los personajes de la serie. Trataría sobre el abogado de Walter y Jessie, ese ser chanchullero, hortera, bocazas y tremendamente ilegal. La pregunta era: ¿es necesario un spin off protagonizado por el alivio cómico de la historia? ¿Por qué no dejarlo estar?

Borja Peinado

Borja Peinado

Redactor

En 2015 daba comienzo Better Call Saul  la que para mí es una de las últimas grandes series de la televisión americana. Ahora que este verano ha finalizado con su sexta temporada, no tiene sentido decir que Better Call Saul ha resultado ser mejor que Breaking Bad, pero vaya si venía a cuento seguir llevándonos por el universo de Albuquerque.

 Me he dado cuenta de que esta ha sido la última serie que he visto semanalmente durante tantos años, como lo fueron tantas la pasada década; Fringe, Treme, Mad Men, Halt and Catch Fire…la sensación que se queda cuando alguna de ellas acababa es de que no iba a haber otra igual. Esto es una tontería, la maquinaria no para, pero sí que creo que Better Call Saul representa un modo de hacer ficción televisiva que hoy en día se ve muy poco. No es que sea mejor ni peor que a la que muchas veces el algoritmo nos aboca, y no gusta a todo el mundo, pero a mí me da paz. 

Cuando hablo de otra forma de hacer TV podemos poner como ejemplo la forma de  presentar gran parte del background de un personaje como MIke Ehrmantraut  sin decir una sola palabra en minutos, acompañándolo, sintiendo su mirada y su desesperanza. Esas largas secuencias que evitan elipsis son toda una declaración de intenciones en cuanto a narrativa, hay a quien incluso molestan, pero siempre tienen una finalidad, bien sea al servicio de la tensión, del personaje o simplemente de la estética.

También los diálogos son absolutamente anómalos en un panorama de series en el que todos los personajes hablan y hablan. Es maravilloso como de cuidados están los diálogos en Better Call Saul. La mayoría de las veces, se habla de cosas superfluas o que no tienen nada que ver con lo que realmente nos quieren contar, pero nos la cuentan. Por todas estas cosas, los guiones de esta serie son auténticas clases de cómo llevar a cabo el famoso “Show, don’t tell”. Si atendemos a los personajes, la verdadera alma de la historia, el desarrollo es simplemente perfecto. Cuesta encontrar otra serie en la que todo esté tan minuciosamente cuidado en este sentido, todo tiene un por qué y un sentido, nada chirría, nada es incoherente.

La estética y la fotografía es otro campo en el que la serie sigue arriesgando, como ya lo hacía en BB. Claro ejemplo es una decisión como la de tratar en blanco y negro el presente en el que Saul vive como Gene, viviendo una vida alternativa de incógnito. Una forma de ilustrar la vida sin sabor, emoción y, por supuesto, sin color que Saul lleva después de la tormenta que desató la verdad sobre Walter White.

A todo esto hay que sumar lo que yo llamo frikerio, esa carnaza que alimenta los foros que tanto nos gustaba en Lost. Intentar identificar todas las referencias, los guiños, los detalles y las conexiones dentro del universo es agotador, pero también muy divertido. 

 No sé muy bien si creerme a Gilligan y a Gould cuando dicen que no tenían muy claro a dónde querían llegar con Saul, AKA Jimmy Mcgill. Por un lado, su primera idea, dicho por ellos, era hacer de este spin off una especie de sitcom sobre abogados. Después te encuentras detalles que conectan a Saul hasta con capítulos de las primeras temporadas de Breaking Bad. Al final, esa idea de sit com se convirtió en  un drama de abogados/mafia del cartel con tintes de tragedias familiares casi shakesperianas, con mucho humor y, por supuesto, una grandísima historia de amor entre sus dos protagonistas, Jimmy y Kim.

Kim Wexler, qué personaje, nos ha conquistado el corazón a todos. Brillante, dulce, honesta, comprometida, valiente, tan completa en su composición y a la vez tan real. Mucha culpa de la perfección del personaje la tiene Rhea Seehorn, si no se lleva el Emmy, que anulen todo. Qué personaje también es el de Jimmy Mcgill, AKA Saul, AKA Gene (tantos AKAs como el abogado de Los Simpson). Lo que Bob Odenkirk interpretaba en Breaking Bad, ha resultado ser un tipo brillante, trabajador, divertido, pero también un canalla atrapado en el mal por momentos vitales que fueron quebrándole. Lo de Odenkirk es también increíble, qué bueno es. Es curioso que tanto él como Bryan Cranston provengan en cierto sentido de la comedia, y es que en este universo, la línea entre el drama y el humor es a veces tan fina que su talento brilla a pleno rendimiento.

Para los que quieran empezar a andar el camino, las cinco primeras temporadas están en Netflix, pero la formidable última entrega, de momento, solo en Movistar +. Decimos adiós a Albuquerque y a Kim y a Saul con un amargo final que nos dejará unas cuantas preguntas y un corazón roto en blanco y negro.