Spook, Barraca, Espiral, Chocolate… siempre a tope con la maquinaria. No, no es un sketch de Vicentín en La Hora Chanante, es La Ruta, una de las apuestas más singulares de la ficción patria en 2022.

Y es que para muchos, entre los que me incluyo, esos clichés que representaba Vicentín como una extensión de Chimo Bayo eran gran parte de la idea que teníamos de la ruta del bakalao. Drogas, techno machacón, parkings, accidentes de coche…no digo que no fuera eso también, pero Borja Soler y Roberto Martín Maztegui se han acercado a la ruta del bakalao con el respeto que merece un fenómeno que fue mucho más que esos clichés.

Borja Peinado

Borja Peinado

Redactor

Vayamos por partes, ¿por qué decimos que La ruta es una apuesta singular y en qué nos ha sorprendido? Pues empecemos por el final, sí por el final. Lo primero que supone un reto para el espectador y, obviamente, para los guionistas, es la estructura narrativa. La historia comienza en 1993 y finaliza en 1981. Esto es verdaderamente arriesgado y requiere de mucho talento en la escritura, hasta el punto de que no vamos a entender nada de los personajes en el primer capítulo. Hay muchas series con capítulos contados desde un flashback que explica la escena inicial, aquí estamos hablando del desarrollo entero de la serie. El rompecabezas se construye a la inversa y hasta uno se siente raro, aunque suficientemente estimulado por lo que le están contando. Ojo, que dentro de esta rareza narrativa hay espacio hasta para un guiño a la ciencia ficción a modo de easter egg.

Vamos con otra singularidad, o al menos con algo que a mí me sorprendió y viene de las expectativas. Lo primero que uno espera al acercarse a una ficción sobre la ruta del bakalao es algo sobre lo que toda la vida ha oído, drogas, desfase y chunda chunda. Lo hay, pero es secundario y no se subraya una y otra vez como pasa muchas veces. La fiesta está al servicio de la historia, como probablemente lo estaba para la gente que vivió el fenómeno. Contra todo prejuicio, La Ruta es una historia de personajes, de sus vidas y de lidiar con sus traumas. Exactamente igual que lidiaba con ellos la sociedad española en los ochenta, intentando encontrar su camino yendo a 160 por una carretera nacional construida con un pavimento manchado de 40 años de atraso católico y de dictadura fascista.

Otra singularidad, para mí, es el respeto por la música que se respira. Hay un momento en el primer capítulo que el protagonista se queja de que Chimo Bayo está hasta en la sopa, me parece esclarecedor. Como nacido en los ochenta, mi conocimiento de la ruta venía marcado por ese chunda chunda ya mencionado con anterioridad, encarnado en el autor del Así me gusta a mí. España es centralista, también en lo cultural. Pensemos en lo mucho que se ha hablado y escrito sobre la siempre alabada y sobrevalorada movida madrileña y lo poco que sabemos realmente de la ruta del bakalao. La movida valenciana siempre se ha denostado desde un elitismo completamente esnobista. Nos puede gustar más o menos la música electrónica, en mi caso cero, pero parece que solo existió el machaqueo de los noventa. Echando un vistazo a la banda sonora, al menos de la serie, observamos un respeto casi religioso por ese tipo de música. Además, hay que sumar las “trampas” que han hecho contando para el último episodio con un grupo tan molón y prometedor como La Plata que, por otra parte, encaja a la perfección en el momento ochentero valenciano que la serie recrea.

Hay otro factor diferencial en La Ruta, su factura casi autoral. La dirección corre a cargo de tres auténticos talentazos: cuatro capítulos corren a cargo del propio co-creador, Borja Soler(Stockholm), dos de Belén Funes(La hija de un ladrón) y Carlos Marques-Marcet(Los días que vendrán). Creo firmemente que estamos ante la mejor época de la ficción audiovisual española tanto en cine como en series en cuanto a talento puro. El año de producciones habla por sí mismo. Estos tres directores son un claro ejemplo del momento.

Todo está más que cuidado con absoluto mimo en La Ruta, el diseño de producción, por ejemplo, nos llevará directamente a todo tipo de recuerdos de casas de pueblo o de los 80. La fotografía no se queda atrás, siempre al servicio de la historia. La luz juega un papel tan importante como la música y  no hay un plano dejado al azar, todo tiene intención, eso es algo que no se ve en todas las series actuales.

Si antes hemos hablado de los personajes, hay que hablar de quien les da vida. Los más conocidos, Alex Moner(Marc) y Ricardo Gómez(Sento) están al nivel que ya acostumbran, son ya una realidad, nada de promesas y lo han demostrado en películas como El Sustituto en el caso de Ricardo Gómez o de La línea invisible en el de Moner. En el grupo también están Claudia Salas(Élite), todo un descubrimiento maravilloso para mí, y Elisabet Casanovas(Doctor Portuondo).

Pero el verdadero descubrimiento para mí ha sido el de Guillem Barbosa, que interpreta a Lucas, el hermano de Marc. Guillem Barbosa desprende en pantalla todo el carisma que posee su personaje. Apunten el nombre porque puede comerse el futuro. Los padres de Marc y Lucas son Luis Bermejo y Sonia Almarcha, calidad de sobra contrastada. Aunque la historia sea tan coral y todos los personajes tengan su peso, la relación entre los hermanos es la verdadera protagonista, como si ambos formaran dos mitades de un todo, una única personalidad que lucha por encontrar su sitio y ser libre.

Atresplayer Premium está comiéndole la tostada a Movistar en cuanto a ficción local  y lo está consiguiendo a base de dar libertad a los creadores para sacar adelante proyectos, los buenos resultados están a la vista. Lo hemos comprobado en el pasado con Veneno, Cardo, Dos años y un día o La novia Gitana. Ahora tenemos ya en su corto pero aprovechable catálogo los 8 capítulos de La Ruta; desde “Puzle,93” a “Barraca,81”, pasando por Espiral, Chocolate o Spook. Larga vida a La Ruta, HU HA.