DISCO DEL MES DE ABRIL DE 2022

Sony Music

Lo bueno de escribir sobre uno de los lanzamientos del año—sino “EL” lanzamiento—dos semanas después, es, desde luego, que la perspectiva de la repercusión es mucho más interesante. Lo malo, es que, ¿qué más se puede añadir que no se haya dicho ya?

Rosalía Vila, lanzaba el pasado 18 de Marzo su tercer disco de estudio, Motomami (Columbia Records, 2022), tras tres años trabajando en el proyecto que sigue a su éxito de público y crítica, El Mal Querer (Sony Music, 2018). 

Teresa Gómez

Teresa Gómez

Redactora

Tres años en los que la catalana ha vivido una (in)esperada fama mundial, un traslado casi forzoso a Miami, su irrupción en la industria y en el business americanos, una pandemia, un confinamiento, una nueva y sonada relación sentimental… Motomami es el resultado de todo ello, combinado con todo lo que ya conocíamos de ella: su libertad creativa, su amor por la tradición y el flamenco, y sobre todo, su obsesión con el riesgo y la experimentación.

Durante estos tres años de trabajo en el proyecto, Rosalía fue documentando su proceso creativo en una cuenta privada de Instagram (@holamotomami) en la que fue dando pistas de lo que sería Motomami. La foto más interesante es una hoja de papel en la que se ven, escritas a mano por ella, una multitud de conceptos enfrentados entre sí. Escuchar Motomami y leer estas notas es entender este disco.

Motomami es un disco basado en binomios. Ella misma ha explicado que es la unión de la “mami”, la mujer, la feminidad, la sutileza, la belleza, el corazón; y la “moto”, lo masculino, la dureza, lo rudo, lo frívolo. Es la oposición entre lo cotidiano y lo elevado, los ritmos del siglo XXI y el flamenco; lo radical y lo minimal, la ficción y la realidad; la chica de barrio de San Cugat y la diva que vuela en jet privado. Pero, sobre todo, es un disco confesional. Mientras que en Los Ángeles (Universal, 2017) y El Mal Querer, la intención era universal y las letras adaptadas o tomadas directamente de la tradición popular, Motomami es un trabajo en el que, por primera vez, Rosalía habla en primera persona, mirando directamente a cámara, sin figuras retóricas.

El disco abre con “Saoko”, la que para muchos concentra musical y conceptualmente el alma de Motomami. No parece que haya mezcla imposible para Rosalía: el jazz y el reggaetón caben en la misma canción. Saoko es una declaración de intenciones: “yo me transformo” pero no pierdo la esencia. Como Kim (Kardashian) cuando se tiñe de rubia o como la calle en Navidad, es lo mismo, pero es distinto. Parecido el mensaje en Bulerias, “soy igual de cantaora con un chándal de Versace que vestidita de bailaora”. Si el debate de la apropiación del flamenco sobrevoló El Mal Querer, en Motomami Rosalía reabre el melón de la pureza. “Diablo” es otra contestación a aquellos que hablan del fin de su pureza, “tú no has vigilado, se ha ido tu pureza”. Mientras que ella les contesta que “ella no pierde su lealtad—al flamenco, a lo puro—por el dinero”. 

Al hilo de la pureza, el disco es también una reflexión sobre la fama. El tema más obvio es este mismo, “La Fama” (feat. The Weekend), una bachata casi al uso. El tema es una declaración de intenciones sobre su repentina fama mundial y dónde se coloca ella al respecto: “es demasiado traicionera, como ella viene se te va”. Mensaje repetido en la maravillosa “Sakura” (“ser una popstar nunca te dura”), irónicamente enmarcada en un concierto multitudinario con el público gritando su nombre. 

Precisamente esta ironía, este humor, es un elemento nuevo en Motomami. Ella misma ha reconocido que sus dos anteriores trabajos eran conceptual y líricamente serios, y que quería que el sentido del humor estuviera presente en este trabajo. El espíritu Kawaii, cuqui, cute, es la herramienta que Rosalía utiliza para introducirlo, y seguramente la canción más Kawaii del disco sea “Bizcochito”, con el autotune a tope y su “parapapá” pegadizo. O también en el interludio “Motomami”—donde colabora con Pharrel Williams—y que es otra declaración de intenciones en modo “cute” (“hit a lo tsunami, fina, un origami, ruda a lo sashimi”).

“Hentai”, que levantó mucho ruido mediático, es otro ejemplo de esta parte “mami” del disco, donde se usa una melodía casi de inspiración Disney (así la describe Rosalía) con un tema sexualmente explícito. “G3 N15”, que va en la misma línea melódica, es una balada sobre la nostalgia del clan, el añoro a su familia y va seguida de un extracto de un audio de la propia abuela de la cantante. 

“Cuuute” es quizá la canción más experimental del disco—si es que mezclar de manera exitosa el jazz, el denbow, el flamenco y el reggeatón no lo es ya de por sí—y en la que más se ve la influencia de su amiga, productora y colaboradora Arca. En el extremo opuesto están quizá, “La Combi Versace”, “Chicken Teriyaki” o “Delirio de Grandeza”, una versión del clásico de Justo Betancourt. 

Igual que las dicotomías sobre las que se sustenta el disco, la recepción del trabajo se ha instalado en la bipolarización: los fans y los detractores, los puristas y los modernos. Esto es lo que pasa con cualquier trabajo que transgrede, que innova, que genera debate. El lanzamiento de los primeros singles instaló a los detractores—y a algunos de sus fans—en la desconfianza, en el “se ha vendido al mainstream”. Y quizá esto de alguna manera no se aleje tanto de la realidad. Sin embargo, casi nunca lo que se considera “mainstream” recibe el beneplácito de la crítica; y esta, en este caso, ha sido prácticamente unánime. Motomami es un trabajo coherente, con temáticas, motivos y una personalidad que generan un orden en el caos de mezclas, producciones y estilos. Eso es algo que hasta los menos fanes deben reconocer: que el “matarse 24/7” y el trabajo artesano del estudio es la única manera de conseguir. En una época en la que la máquina de facturar singles rápidos está a puro gas, se agradece que los grandes—porque Rosalía ya lo es—nos sigan ofreciendo trabajos complejos y completos, con intención y coherencia temática. Si encima nos reta estilísticamente, nos presenta un arte visual cuidado y pensado, pero a la vez nos hacen bailar “y hasta nuestras mamás tararean” sus temas; como diría Paquita Salas, quizá estemos ante la artista 360.