Teresa Gómez

Redactor

Después de Times Square, de salir en el late-night de Josh Holland, de que celebrities como Dua Lipa y las Kardashian se declararan fans de la catalana y de reventar la Plaza Colón de Madrid, El Mal Querer ve la luz este 2 de noviembre, segundo trabajo de Rosalía después de su debut Los Angeles (Universal Music, 2017).  Sin duda, es para estar contenta. Sobre todo, porque como ella misma ha declarado en múltiples entrevistas estos últimos días, está haciendo la música que quiere hacer como la quiere hacer. A Universal Music no les acabaron de convencer sus ideas y Sony estuvo al quite. Hoy se deben de estar tirando de los pelos en las oficinas de Universal España quienes, contentos con sus productos prefabricados recién salidos de la academia, pensaron que les bastaba una Aitana de turno para crear una estrella pop internacional. Pobrecillos.

Pobres, porque en contra de lo que estamos acostumbrados en estos tiempos donde la industria del mainstream nos lanza productos replicados, refritos y anodinos, El Mal Querer es un trabajo compacto, coherente y con un hilo conductor. 

Mal que le pese a muchos millennials que esperaban 11 “malamentes”, este es un disco que perpetua la visión del flamenco por la que Rosalía ya apostara en Los Ángeles. Esa esencia sigue, lo que cambia son las capas. Por el lado de la esencia, sigue habiendo cante, palmas, alegrías y quejíos. Lo que cambia ahora son las capas que entre ella y su co-productor, El Guincho, han añadido: el sampleo, los sintetizadores, el beat y el auto-tune, entre otros. Pero todo confluye en aportar complejidad y empaque a esa voz que ya nos conquistara en su primer largo.

El Mal Querer abre con ese “MALAMENTE” que sirve como “Augurio” y primer capítulo del álbum y que se convierte en aviso de que la tradición y la modernidad pueden y deben convivir, como ese penitente en monopatín del videoclip firmado por Canadá. Le siguen 10 temas estructurados por capítulos, que se inspiran, como ella misma ha explicado, en un libro del siglo XIV de autor anónimo llamado Flamenca, que relata la historia de una mujer encerrada por su marido celoso. Rosalía lo usa como punto de partida narrativo para iniciar su personal análisis del amor y sus aristas. A “Agurio” le “La Boda” y “Los Celos” con las canciones “QUE NO SALGA LA LUNA”, unas alegrías tradicionales de guitarras y palmas; y la ya archiconocida “PIENSO EN TU MIRÁ”. Prosigue con “Disputa” y “Lamento”, con los temas “DE AQUÍ NO SALES” donde sorprende esa percusión ayudada por sampleos de frenazos y acelerones de motos y “RENIEGO”, que nos trae un quejío donde aparece una Rosalía de voz etérea apoyada por un conjunto de cuerdas.

Sirve de transición el interludio “PRESO”, del capítulo “Clausura” con un cameo de Rossy de Palma que describe el amor como la bajada a los infiernos. Para seguir con otro de los pelotazos del disco, “BAGDAD”, del capítulo “Liturgia”, que empieza con una reinterpretación del “Cry me the River” de Justin Timberlake, y que muy probablemente será el cuarto single. Este “BAGDAD” representa el cuarto lado del cuadrado más pop de este disco junto con los tres singles anteriores.

La última parte del disco la conforman los capítulos “Éxtasis” con el palmeo y el piano de “DI MI NOMBRE”; “Concepción”, con una “NANA” en la línea de la ya mencionada “Reniego”, donde aparece la Rosalía de voz más desnuda acompañada por un coro de ángeles tocados sutilmente por el auto-tune. Cierran el disco “Cordura” y “Poder”, concebidos para culminar con un mensaje de empoderamiento femenino y así, “MALDICIÓN”—ayudada también del sampleo de cuchillos y catanas—y sobre todo, “A NINGÚN HOMBRE”, repasan esa fase del amor donde la mujer se rebela al dominio masculino. En esta última vuelve a jugar con las distorsiones de las segundas voces sin perder la fuerza de ese mensaje de “a ningún hombre consiento que dicte mi sentencia”, que tanto resuena en el conjunto de este disco y que sirve como perfecta clausura.

Como ella misma reconoce, en el trabajo de El Mal Querer confluyen muchas ramas, el disco, los audiovisuales y cómo no, el directo. Ha quedado claro que los dos primeros se complementan y retroalimentan; queda por ver, sin embargo, si la puesta en escena de la presentación en la Plaza Colón acaba de sumarse a esta triada. Una presentación que quizá se quedó algo fría e insuficiente para ilustrar todas las capas musicales de este disco y que cojea en esa perfecta combinación de tradición y modernidad que los tres videoclips lanzados hasta la fecha sí contienen. Seguramente el problema esté en ese deseo de acercar el flamenco a todo tipo de público y de que traspase fronteras—totalmente legítimo—ya puestos a ponernos patrióticos, mejor exportar a Rosalía que “La Macarena” de Los del Río. Esperemos que esto no se consiga a expensas del alma del disco.

El Mal Querer supone un ejercicio de valentía y riesgo que tanto falta en el panorama mainstream actual y que sin embargo, sí se trabaja en la escena indie. Supone también un ejercicio de experimentación y de fusión con el flamenco comparable a lo que ya hiciera hace una década La Mala Rodríguez con su Lujo Ibérico (Universal Music, 2007) o quienes de verdad abrieron la veda, Morente y Lagartija Nick en su legendario Omega (El Europeo, 1996). Parafernalia e Instagram aparte, El Mal Querer llega, entretiene y emociona, y supone—debajo de todas esas capas—un ejercicio de continuidad con lo que la Rosalía de la silla y el tablao ya había iniciado en su debut. A pesar de sus detractores, que los tendrá, este disco contentará a muchos de los que ya la buscaron antes y a los que la descubren ahora con el “quillo” y el “tra-tra”. En un tiempo en el que las banderas se han convertido en línea divisoria donde “el otro” no cabe, a los que enarbolan la bandera de la pureza en el flamenco les decimos, como Rosalía, eso de “si hay alguien que aquí se oponga, que no levante la voz” porque los demás sí queremos escucharlo.