Paco Ruíz
Redactor
Seis años después de la exasperantemente frenética Hardcore Henry, dirigida por Ilya Naishuller, el ruso, coreografía una historia escrita por uno de los responsables de la saga de John Wick, Derek Kolstad. ¿El resultado? Nobody. Un relato al que no le faltan los golpes que abarca nuestro querido, aunque ya algo desgastado, Baba Yaga. A priori, las similitudes entre una y otra, hacen de esta, un metraje innecesario para el espectador.
¿Qué más se puede ofrecer sin el chirrido de la fórmula?
Nobody, demuestra que todo.
Sin más pretensiones que la de ofrecer un entretenimiento ligero, sencillo y directo, con un ritmo alarmantemente cuidado, en poco más de noventa minutos, se nos muestra la vida, muerte y resurrección de Hutch Mansell. Un hombre ordinario, con un pasado extraordinario que llama a su puerta y pone en peligro la pacífica y desestructurada familia que ha construido al cabo de años. Para el papel, nadie para estar capacitado de entrenar, física y psicológicamente, desde el 2017, para un rol con una métrica perfecta de la violencia y del humor inintencionado. Nadie, a no ser que te llames Bob Odenkirk (Better Call Saul) y decidas romper la dinámica de tu filmografía.
Sorprendiendo como estrella de acción, al igual que en su momento lo hicieron Liam Nesson o Keanu Reeves – aunque este último ya tenía cierto bagaje -, en la película, consigue unificar la chulería propia de un cowboy con la torpeza de un padre de familia. Un asesino que no ha visto ni un puño ni una pistola en años. Esto se traduce en una puesta en escena en la que cada golpe y balazo es pura poesía, que ameniza el vertiginoso avance de los fotogramas. El largometraje corre mucho para acabar, lo que se agradece al conseguir que un servidor desee que frene para degustarlo aún más. Pero menos, es más.
Si de algo peca, y de lo que Kolstad parece ser muy consciente al pintarajearlo en las páginas del guion, es lo poco que se explaya en la familia de Mansell, más allá de convertirlos en un mero recurso que sirva de detonante y de excusa para encariñarse con las penurias de nuestro protagonista (un poco a lo Skyler en Breaking Bad, ¿por qué no?). Más preocupante, hasta el punto de que el menos, es más, resulta cuestionable, son las brevísimas apariciones de Christopher Lloyd (Back to the future) como el padre de Mansell, y RZA (The Man with the Iron Fists) como compañero de armas. Enriquecen y doblan la diversión en sus esperpénticas actitudes.
La película pide a grito una secuela. O, mejor, un spin of centrado en la relación entre Lloyd y RZA, quienes tienen una química brutal en la pantalla, y quienes podrían relanzar la buddy movie en un periquete. Así que, por favor, dejen de leerme y salgan con urgencia a una sala de cine. No sólo lo pide esta, sino que ustedes agradecerán la divertida desconexión que se les ofrecerá.
Quizás a modo de homenaje, o de falta de ideas, sí se le puede achacar tamaños parecidos con John Wick. La irrupción de la violencia en una nueva vida carente de ella. La invasión del hogar. El escondite hogareño en el que descansa su previa vida y recompensa. Un personaje que concuerda mucho con el de Ian McShane como Winston. El éxito proviene en manejar los tiempos narrativos, la elipsis de los personajes. Si Wick, apenas se había retirado al inicio de sus desventuras, Mansell lleva demasiado divagando en un día a día que lo consume hasta perder ciertas de sus pericias. Su personaje se humaniza y la empatía crece. Es fácil, hasta cierto punto, verse reflejado en sus carnes.