Marta Pérez

Marta Pérez

Redactor

Ángel Muñoz

Ángel Muñoz

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Madrid, 14 de marzo de 2021. Sala La Riviera

El domingo 14 de marzo era un día importante. La Maravillosa Orquesta del Alcohol (La M.O.D.A.) había vuelto a los escenarios, programando ocho conciertos entre el 11 y el 14 de marzo en Madrid, y estábamos impacientes por verlos, aunque sabíamos esta vez iba a ser distinto. En esta ocasión no les íbamos a ver en un Wizink abarrotado por miles de personas, sino que esperábamos para entrar en la mítica Sala Riviera, a una hora que también nos resultaba un tanto extraña, las 17:00h, en el primero de los dos pases diarios que hacían. Lo único que no cambiaba eran las ganas que teníamos de verles en directo de nuevo y las letras de sus canciones, que ya rondaban por nuestras cabezas. 

Poco a poco fuimos entrando en la sala, entre estrictas medidas de seguridad y geles hidroalcohólicos, y a eso de las 17:10 se apagaban las luces, aparecían los protagonistas de la tarde sobre el escenario con su característico atuendo, camiseta de tirantes blanca y pantalón negro, mientras sonaba de fondo el tema I won’t back down de Tom Petty, versionado por Johnny Cash, para prepararnos para lo que nos esperaba. Acto seguido escuchábamos Nubes negras, su ya mítica intro, para empezar el concierto con los pelos de punta y las emociones a flor de piel. Este fue el sentimiento generalizado que embriagaba la sala y que se manifestaba en las tímidas lágrimas de parte del público, profundamente emocionado y totalmente entregado a sus canciones.

El nuevo disco, “Ninguna ola” comenzó a sonar en directo con 93compases, que desde el primer momento nos transmitió grandes sensaciones y nos sonó a La M.O.D.A., llegándonos también en directo de una forma muy emocionante, con su característica intensidad, al igual que La vuelta, que vino después.

Tras ellas, volvieron a tocar temas de sus anteriores discos, como Una canción para no decir te quiero, Mil demonios y Los hijos de Johnny Cash.

Después David se dirigió al público, y se presentaron, aunque no hacía falta, porque ya llevan más de diez años sobre los escenarios y cuentan con un amplio y merecidísimo reconocimiento. Y nos dijeron que se alegraban de volver a los escenarios tras un año y medio, y no cabe duda de que nosotros nos alegrábamos aún más de poder volver a verles, y de comprobar que, como bien decían, se puede lograr hacer cultura segura gracias al enorme esfuerzo de la banda y de todos los que están detrás de los ocho conciertos que dieron para que pudiésemos disfrutar de nuevo de su música en directo, destacando el comportamiento ejemplar del público y la conexión íntima e intensa que logran durante sus conciertos con su entrega total y siendo siempre fieles a su esencia.

Tras ese breve inciso, volvieron a lo suyo, a la música, con Conduciendo y llorando y Un bombo una caja, con su imponente letra e intensidad, que nos sorprendió aún más en directo.

Uno de los grandes momentos de la tarde llegó con PRMVR, que fue coreada por toda la sala, y seguida por Catedrales y Hay un fuego. A esas alturas de la tarde todo el público cantaba con profunda emoción que siempre hay una luz, siendo este un momento conmovedor.

Después llegaron La vieja banda y Vasos vacíos, para recordarnos los años buenos que se fueron, pero añadiendo que no será la última vez que nos veamos, siempre con esperanza. Tras ellas, tocaron La inmensidad, y retomaron el disco nuevo con Barcos hundiéndose y Colectivo nostalgia, que nos llegó especialmente en directo, porque la interpretan lento, con el puro sentimiento que ya evoca la letra de la canción, que, efectivamente, nos nace de las entrañas y nos llega al corazón.

Tras este momento tan intenso, siguieron con Los lobos, 1932, que dio pie a uno de los momentos de subidón de la tarde, y Himno nacional, otro de los temas antiguos, que ahora recobra especial significado al recordar la libertad que tanto extrañamos en estos tiempos de pandemia. Y al terminarla, se fueron del escenario y bajaron luces, para volver poco después con Nómadas y decirnos que ya estaba llegando el principio del final.

Gasoline y Héroes de sábado fueron los dos últimos temas de la tarde. Los disfrutamos intensamente, aunque extrañando poder bailar, saltar, abrazarnos y movernos como hacíamos antes.

Y es que, tras este emotivo concierto de La M.O.D.A., no cabe duda de que perder la voz cantando sus canciones ha sido la mejor medicación para lidiar con las carencias musicales que venimos arrastrando durante este último año, por lo que solo podemos estarles inmensamente agradecidos por el esfuerzo y la entrega. Casi habíamos olvidado la intensidad de las emociones que puede despertar la música en sus directos, pero volver a escucharles ha sido terapéutico, un regalo, una muestra más de su enorme generosidad y un chute de esperanza en estos tiempos difíciles. Y, sea como sea el próximo concierto, en un pequeño pueblo de Burgos (como los que hicieron para dar visibilidad a sus orígenes y a la España vaciada) o en un Wizink lleno, estamos deseando volver a verles y sentir la emoción e ímpetu únicos de sus directos.