Hay ocasiones en las que uno busca y encuentra. Pero no nos engañemos, las mejores son las que uno encuentra sin buscar. Un paso más allá están las veces, que son las menos, en las que uno sin buscar, se encuentra. Eso ocurre en sitios tan contados que sobrarían los dedos de una mano. El más difícil todavía es dar con un lugar en el que no se está, un emplazamiento donde se es. Donde no hacen falta disfraces para ser valiente y se puede soñar lo imposible simplemente porque sí.

Ciudadano Suárez

Ciudadano Suárez

Redactor

Fran González

Fran González

Fotógrafo

Puede ocurrir que el deslumbramiento momentáneo de la primera impresión te haga pensar que te encuentras ante uno de ellos. La barrera está en que más allá de pasar un buen día, su recuerdo te haga reír cuando no estás tan bien.

La cara b del descubrimiento de un lugar así es la imperiosa necesidad de regresar recurrentemente a ese oasis de paz mental para cuando la vida marca. Cruzar una vez más la línea para olerlo y despertarte dentro de un diente de león. Donde el tiempo lo marca un reloj con la esfera rota y se es capaz de abrazar ese nuevo mundo convirtiéndolo en tu realidad.

Ha sido duro no ponernos vestidos de flores y ser sufridores. Prometer, y prometernos, durante tres años que volveríamos a habitar nuestro paraíso artificial particular. Esperar sentados rezando para que nadie nos explicase que todo había terminado. Que vivirlo de una forma diferente el año pasado y, por una vez, ser guardianes entre el centeno tenía sentido. Era el peaje, la reanimación necesaria para poder volver al trigo, que siguiese y siguiésemos adelante, cuando parecía que los árboles eran lo único que nos hacía avanzar.

Afortunadamente los días están verdaderamente contados y no hay más que temer. Quedan horas para que podamos volver allí donde solíamos gritar. Donde poder masticar canciones que cambian tu cara. Donde se hace posible cortar el aire con un cuchillo de plástico sin necesidad de metal. Y donde ser capaz de sentir una realización personal íntima en mitad de una vorágine de comunión colectiva. Que nos cuelguen por no condenar el amor de la clase que sea, aunque sea el amor por un lugar.

Hemos contado hasta tres. Nadie nos ha parado y ahora nadie nos puede detener. Era cierto que de la vida que soñamos aún quedaba lo mejor. Solo nos resta pedir que no nos traicione el nudo de la emoción en la garganta y nos permita volver a reafirmar, con más fuerza que nunca, que esa vida, ocurra lo que ocurra y transcurra el tiempo que transcurra, es lo que pasa entre Sonorama y Sonorama.