Esther Jiménez
Redactora
Fotos: Elena del Real
Este lunes 13 de diciembre asistíamos al debut de la cantante Lisette Oropesa en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, un concierto junto al pianista Rubén Fernández Aguirre. La soprano, que es una de las voces más solicitadas del panorama lírico actual, se embarcaba en una travesía diferente en este programa trayéndonos una selección de romanzas, canciones y arias de zarzuela que nos mecían entre España y Cuba.
Un repertorio complejo que suponía todo un reto para la solista y teniendo lugar en el mismo templo de la zarzuela y la lírica hispana. A pesar de la calidad técnica y coloratura de Oropesa, es bien sabido que el paso de la ópera a la zarzuela no es nada fácil. En la lírica hispano-latina se necesita dotar de suficiente cuerpo a la voz, con ese juego musical entre pícaro y pasional. El ambiente era, pues, expectante entre el público.
Comenzaba el concierto con la virtuosa y conocida Canción de la Paloma del Barberillo de Lavapiés, de Francisco A. Barbieri. Aunque el comienzo pudo parecer algo nervioso, Lisette dejó volar sus agudos y sus florituras como si de una tórtola se tratase, ganándose inmediatamente al público. Le siguieron unas deliciosas Siete canciones populares de Manuel de Falla, donde ya con la audiencia entregada, arriesgó más y nos regaló cambiantes texturas en cada una de ellas. Finísima estuvo en los Cantos populares de Joaquín Nin y terminaba la primera parte con una elegante habanera Flor de Yurumí, de Jorge Ankermann, y la canción Un país de fábula, de Pablo Sorozábal y su Tabernera del Puerto. Estuvo en esta última emocionante y poderosa en los pasajes más melodiosos, contrastando con los ricos arpegios que mostraban toda la versatilidad de su registro.
En la segunda parte, ya con un ambiente alegre y relajado totalmente instalado en la sala, la soprano se dejó llevar regalándonos momentos coquetos, alguna risa y su expresión más pizpireta. Su actitud risueña y su cercanía consiguieron que el público suspirara con cada interpretación que realizaba, entregándose de lleno al concierto. Una simpatía que se agradece viniendo de una gran artista y que ayudó mucho a que el público disfrutara en grande.
Rubén Fernández estuvo a la altura de la situación, acompañando en cada modulación dinámica y de carácter a la solista. Y aunque nos introdujo a mitad de programa un Verano Porteño de Piazzolla que se quedaba un poco fuera del hilo conductor de la noche, no hay duda de que su calidad musical fue el aderezo perfecto para la voz.
Con Mulata infeliz de Ernesto Lecuona, la solista desprendió sensualidad y sangre latina y aunque los Cuatro madrigales amatorios de Joaquín Rodrigo estuvieron un poco más planos de lo esperable, Lisette lo compensó con una desgarradora Bendita Cruz de Manuel Penella.
Se reservó lo mejor para el final, pues terminó con la jubilosa ¡Yo soy Cecilia Valdés! de Gonzalo Roig. La última pieza resultó una exuberante muestra de juegos dinámicos, ritmos danzados y mucho buen humor; que dejó relucir todo su registro vocal. El teatro no pudo más que caer rendido a sus pies, con el público suplicando que se quedara un poco más. Así lo hizo, sin perder su cándida sonrisa, realizando nada menos que 3 bises y hasta contando un chiste.
Si bien podemos afirmar que aún le quedan aspectos estilísticos que pulir, resultó muy interesante ver en este registro a Lisette Oropesa y esperamos de corazón que continúe investigando por esa senda. En primer lugar, porque nos puede traer propuestas tan exquisitas como la del lunes. Y, para terminar, porque el público la adora y ya lo tiene a sus pies.