Esther Jiménez

Esther Jiménez

Redactora

Está claro que la crisis sanitaria que nos asola ha complicado la realización de eventos culturales en vivo. Conciertos cancelados, teatros cerrados… La pandemia avanzaba y con ella la situación de precariedad que se vivía entre los artistas y en concreto, entre los músicos clásicos o académicos. 

Sin embargo, como músico, pero también como parte del público consumidor de cultura, observo estos meses un fenómeno esperanzador. Ante la adversidad, la creatividad y el emprendimiento viven un proceso de ebullición constante. Y en gran medida, estas ideas están encontrando una salida viable gracias a internet y a las redes sociales.

La pandemia está abriendo ventanas que no se habían explorado demasiado porque sencillamente, no hacía falta. ¿Para qué realizar un concierto online si puedo ir en persona? Como seres humanos preferimos el calor humano, la vivencia en primera persona. Y está bien que así sea. 

Pero ante las restricciones de actividades, esa necesidad de seguir sintiendo el arte no desaparece entre la audiencia y como ya nos comentaba Héctor Varela (podcast El Rincón Sinfónico) en una entrevista que le realicé hace unas semanas para esta revista: “[…] el uso masivo de un escaparate tan potente como es internet hay que aprovecharlo al máximo para hacer llegar la cultura y la música a cada una de las casas. […] Todo se puede compaginar y valorar la situación en la que nos encontremos para satisfacer tanto a los intérpretes como al público.”

Es cierto que no podemos vivir de salas vacías, pues como artistas nos nutrimos del aplauso del público. Pero es cada vez más evidente que la interrelación con nuestras audiencias implica un cambio de paradigma con la utilización de redes sociales y plataformas como YouTube o algunas más recientes que permiten la emisión en streaming como Twitch o Discord. Cada vez más, el espectador reclama esa interacción con el emisor de contenido, algo que favorecen las redes sociales y la inmediatez y cercanía al público de todas las edades.

Lo vemos en conciertos como el que ofreció el Dúo Metha allá por el 27 de enero (ver entrevista en este medio), lo vemos en cada retransmisión del Teatro Real o el Teatro de la Zarzuela. Las redes permiten que el público comente, comparte sus impresiones en tiempo real y se genera un cúmulo de difusión que confiere gran expectación hacia la experiencia misma. Es decir, favorece la relación público-artista y, además, eso no parece minar la necesidad de seguir acudiendo a eventos cuando se permite.

Incluso la propia difusión académica y educacional se facilita con estas plataformas, que se ponen a disposición del espectador para su consumo en el momento que mejor le convenga, con formatos como el podcast y sus píldoras radiofónicas. Esto permite consumir el contenido (que en algunos casos puede durar horas) en el momento que al espectador más le convenga, facilitando su acceso más que si se dependiera de una emisión en directo o una actividad presencial en un horario determinado. El espectador que está interesado en el tema lo consume a su propio ritmo, pero la relación músico-público se completa sin problemas.

El músico clásico del siglo XXI seguirá necesitando de los vítores del público y de la calidez de las salas de conciertos. Pero creo que no será menos importante el acercamiento a través de lo virtual para mostrar a las nuevas generaciones las maravillas de los acordes de Beethoven o la pasión de Tchaikovsky. La inmediatez de lo virtual junto al disfrute de lo presencial.

Sencillamente, nuestra generación no debe ver a internet como el enemigo a batir. Es solo un complemento fantástico para crear ese hype por vivir la experiencia en directo, con más entusiasmo si cabe. Y creo sinceramente que nuestro gremio cada vez lo aprovecha mejor para que la música siga sonando.