Aranda de Duero, 14 de agosto de 2021
El cartel de la jornada de clausura del Sonorama más extraño y, a la vez, más necesario de la historia, tuvo la incorporación de última hora de unas tímidas nubes que durante casi toda la jornada dieron tregua e hicieron las delicias de los asistentes.
Ciudadano Suárez
Redactor
Fran González
Fotógrafo
El sábado siempre suele ser el día grande de un festival, en el que están puestas todas las miradas. Aunque el argumento simplemente sea la facilidad para la asistencia del público. Más allá de los gustos individuales de cada uno, esta circunstancia puede estar más o menos justificada dependiendo de la situación y, en ocasiones, también sirve de reconocimiento al bagaje o la trayectoria de las bandas. La cara b de esta circunstancia está en que, para ciertos grupos, coincidir en el cartel con formaciones que arrastran multitudes se convierte en una oportunidad de oro para consolidarse en la escena y ganar presencia en el circuito.
Desde el punto de vista del espectador, este también es uno de los atractivos de un festival. Acudir al mismo a la espera de conocer algún artista emergente, o simplemente desconocido para él, que le sorprenda y al que comenzar a seguir. Y en esto, como en tantas otras cosas, el Sonorama siempre ha dado ejemplo. Ha sabido dejar espacio y dar cobijo para que muchos de los que hoy son cabeza de cartel comenzasen sembrando en sus distintas plazas y escenarios. Empezando, aunque solo sea simbólicamente, por la forma misma del diseño del cartel.
Pero la cara c de las oportunidades, en los festivales y en la vida, es que hay que aprovecharlas. Un bolo precovid en el festival arandino es una ocasión inmejorable. Un sábado especialmente. Y en las condiciones actuales más aún.
Por ello, uno se queda con una sensación agridulce por el desarrollo del comienzo de la tarde. Formaciones como Ginebras o La La Love you tienen argumentos para triunfar entre gran parte de la afluencia con más ganas de diversión, aunque ello les suponga comer con pajita al día siguiente. Y quizás esto fue lo que les penalizó. Seguramente, en un festival en condiciones normales hubiesen salido triunfadores del mismo. Pero sus bolos se quedaron, en el mejor de los casos, a medias. Con una cadencia entorpecida por innecesarios parones por sus comentarios o porque, simplemente, el encorsetamiento de que el público permanezca sentado impidió maximizar sus puntos fuertes.
La constatación llegó cuando La Habitación Roja, con solo unos cuantos acordes, fueron capaces de leer la situación y accionar los resortes adecuados. Bien es cierto que, como decíamos al principio, sea más sencillo si dentro de tu arsenal guardas tres o cuatro bombas nucleares que puedes racionar y soltar en cualquier instante. Más aún cuando tus letras reflejan la situación actual y puedes gritar con todas tus fuerzas que la luz no se apagará.
Antes del plato fuerte del día, Ajenjo hizo, probablemente, el brindis más emotivo que haya tenido que realizar en ninguna de las ediciones. Así, saltaron a escena Vetusta Morla, sabiéndose vencedores de antemano. Dieron su habitual lección de solidez, profesionalidad y talento. Nada nuevo bajo el sol. Temazo tras temazo y haciendo aflorar entre el personal las ganas de echarle el tímpano a su nuevo trabajo. Pero precisamente por esa situación predominante dentro de la escena y por el camino que han tenido que recorrer hasta aquí, mejor que nadie, deberían saber que se debe ser respetuoso con los horarios. Los minutos que un grupo está de más sobre las tablas, necesariamente, son minutos que otros compañeros no lo estarán. Y así ocurrió en esta ocasión, al menos, sobre el último horario al que tuvimos acceso.
Esto hizo que Varry Brava, tuviese un concierto prácticamente express. Otra pena, ya que había muchas ganas de disfrutar de su ADN electrónico e ideal para, prácticamente, cerrar la noche a las orillas del Duero. Aun así, también giraron en torno a su receta infalible: abundante espectáculo, chorreones de sintetizadores, unas gotitas de horteradas y estribillos que se incrustan en tu cerebelo.
En cuanto a los djs, tanto Amable como We Are Not Djs, también ejecutaron lo que se esperaba de su veteranía en cabina. Guiños a los clásicos, al mundo indie y remixes deliciosos. El telón terminó de bajarse con Jack Bisonte, que echaron el cierre derrochando clase a raudales.
Sonorama, si tú y yo hemos superado esto, y somos tan felices, seremos indestructibles.