Manuel Morera

Manuel Morera

Redactor

Me gusta llegar el cine pronto, media hora por lo menos. Compro la entrada, palomitas voy al baño y me dispongo en mi asiento. Un poco más atrasado de lo habitual pero siempre centrado. Mi modus operandi siempre es el mismo. Cambia la película, la compañía y los espectadores. Pero he convertido ir a la sala en rutina. Funciona, nunca me he perdido una escena por hacer pis, jamás he entrado tarde ni tampoco he pasado hambre o sed. Fui a ver “Retrato de una mujer en llamas”. Francesa, de época, trío femenino protagonista y una capa de pedantería. Mi primer pensamiento fue de rechazo. ¿Por qué cojones, un año después repetían la fórmula de “La favorita”?

Esa pregunta me perseguía, me faltaba la dichosa originalidad y no entendía la manía gabacha de llegar a todos los sitios tarde y proponer fórmulas peores. Los elementos comunes eran claros. Una historia de arribismo, de deseo sexual, de luchas de poder y de mujeres con mucho dinerete y pocos derechos. Todo me sonaba, miré la sinopsis y la duración. Porque siempre miro la duración. Gustarte el cine no significa sumisión plena a su reloj. También me gusta el deporte y no vería tres horas de Numancia-Logroñés. Más de 120 minutos. No había entrado y ya me había arrepentido. Entonces comenzó y me tuve que tragar mis palabras. Quedé retratado. Un filme francés, que vive del rebufo de una obra realizada hace un año me enamoró. Céline Sciamma logró una composición con un ritmo que convertía las dos horas en un paseo por un museo. Cada plano era un cuadro y cada luz una pincelada. Si dijera que “Retrato de una mujer en llamas” es mejor que “La favorita” mentiría. Si negase que la supera en muchos aspectos también.

Una pintora, Marianne (Noémi Merlant), recibe el encargo de realizar el retrato de bodas de Héloïse (Adèle Haenel), una joven que acaba de abandonar el convento tras el suicidio de su hermana y que no tiene ninguna intención de casarse. Marianne tiene que pintarla sin su conocimiento por lo que decide convertirse en su sombra. 

Vamos. Matrimonio de conveniencia, joven que no quiere, madre rica que sí quiere, una criada preñada de fondo y una burguesita con pincel para llevar el hilo de la trama. Argumento trillado hasta la saciedad. Sin embargo, funciona. Todos sabemos jugar al fútbol pero no todos somos el astro argentino, no todos podemos ser Aimar. Sciamma es la Aimar de la gran pantalla. Te vende lo de siempre pero con una belleza distinta. Realiza una película demasiado hermosa para ser cierta, cada plano es una pintura.

Aplausito a Sciamma porque es mejor que Lanthimos (menudo timo de director). No te da gato por langosta. “La favorita” se disfruta por muchos motivos y, entre tantos, no está su director. El griego es experto en forzar. Es ese señor que te cuenta un chiste, te ríes y te lo explica. La persona que pide la última cuando tú ya estás vomitando encima del billar. El hombre al que le preguntas por su vida por cortesía y te hace un análisis pormenorizado de su existencia. Lanthimos tiene un cuadro de Monet y te lo pone de lado y con humo para que no lo veas bien. Plano angular tras plano angular, con interludios donde reina el ojo de pez, el director intenta tirarte de una película en la que Colman, Stone y Weisz te retienen. “Retrato de una mujer en llamas” es la oposición a ese trabajo. Ni planos estridentes ni requiebros extraños. Sencillez y belleza. Planos detalle que te insinúan, planos generales que te intimidan y una velocidad que te acongoja. Sciamma no piensa que el espectador sea idiota, no es una voz en off que te subraya lo que su cámara transmite. No es cobarde y se atreve a hacer partícipe al espectador.