Ciudadano Suárez

Ciudadano Suárez

Redactor

DISCO DEL MES DE OCTUBRE DE 2019

Warner Music Spain, 2019

VACAS SAGRADAS PARA EL BANQUETE DE UN HAMBRIENTO

Allá por 1995, Siniestro Total, después de la abrupta salida del grupo de Miguel Costas, se preguntaban “temporada de patos, temporada de conejos, ¿y ahora qué?” en “Maniobra Loco Iván”. De esa guisa, más o menos, se encuentra este otoño la escena estatal. Esperando la temporada de nuevos menús de autor preparados por algunas de las vacas sagradas del panorama. 

A esas alturas de la década de los noventa, todavía asomaba Carpanta por las viñetas y los kioskos. El personaje creado por Escobar era la versión cañí y sintecho de El Coyote. Con la diferencia de que su Correcaminos particular era un sempiterno deseo de banquete que nunca llegaba a concretarse. Ahí empieza a torcerse el símil. A las primeras de cambio León Benavente han puesto a nuestro alcance un menú degustación en el que marida perfectamente la contundencia del rock y la delicadeza sintética. Un auténtico festín del que también hemos participado en directo y podemos afirmar dejará con sentimientos encontrados al respetable. Por un lado, el placer de la dispepsia y por otro, la ansiedad del deseo incontrolable de una mayor ingesta.

Han aprendido a convivir con la piedra del peso de la exigencia flotando sobre sus cabezas. Cada uno de los pasos que han dado ha sido un acierto. Su trayectoria ha sido un constante ascenso hasta ser ellos mismos los que trazan los caminos sobre los que otros simplemente pueden limitarse a transitar posteriormente y con menor brillantez. Eso, les ha llevado a vivir en la cotidianeidad de la excelencia, donde otros no es que hayan estado una sola vez, ni siquiera han asomado. 

Vuelven, dos años más tarde de su último EP, y como los buenos maestros antiguos, con un disco que se puede, y debe, escuchar de principio a fin y en orden. Y en el que como vienen acostumbrando, extrapolan la visión personal hasta la colectividad universalmente contemporánea. 

El trabajo arranca a caballo entre la autobiografía y la declaración de intenciones, declarándose ser “Cuatro Monos”. Se hacen de rogar, como el maître que no solo se sabe vencedor, sino que espera a que sus comensales saliven totalmente hambrientos en la mesa. Así, tres minutos más tarde demuestran que saben rugir con un subidón energético que provocará más de un esguince cervical entre sus acólitos.

A continuación, invitan a la mesa, con un plato que ya habían presentado anteriormente al pasado 13 de septiembre, a Eva Amaral. Con ella, empezarás a amar sus caras, sus manos y, tal vez, hasta desees que sus brazos se conviertan en incorruptos. Quizás, incluso aceptes ser su juguete y termines rindiéndote ante un huracán capaz de barrer los desencuentros.

Convertidos ya en apuesta segura, evidentemente declaran que “No Hay Miedo”. Uno de los dietarios cotidianos presentes en este elepé que anima a disfrutar de los vicios del mundo moderno con reminiscencias ochenteras. Como quien se dirige sin miedo a entregarse al placer hedonista y culpable con una sonrisa sardónica en su cara.

El primero de los adelantos había sido “Como la Piedra que Flota”, que ya hacía prever lo que iba a ser “Vamos A Volvernos Locos”. Ejerció, y lo sigue haciendo, de atractiva miel para las abejas que esperaban por este larga duración como polen de mayo.

A partir de ahí el disco se convierte en un carrusel de emociones encontradas. “La Canción del Daño” está llamada a convertirse en un delicioso himno para la generación de los que piensan demasiado. Porque nadie que conoces está realmente bien y esto que nos han vendido no sabemos lo que es. Y es que es terrible empezar a conocerse de verdad, es terrible asumir que te adelantan a toda velocidad y te conviertes en estatua. A esas alturas, uno siente que las notas invaden el espacio, que su cuerpo se estremece y su cerebro va despacio. Pocas canciones hablan de ti, y de mí, con esta crudeza.

Para sacudirse la intensidad. Cual sorbete, o ración de ibuprofeno dominical, aparece “Ayer Salí”, que pareciera ser la continuación de “Gloria”. En la que se paladea la compañía de gente hermosa dentro de su decadencia de abandono corporal. Y que, con el tiempo, parece destinada a cerrar los bolos convertida en una bola de demolición tan contundente como un chupito de Stroh al amanecer.

Nada mejor para sobreponerse a la resaca de la resaca que otra delicatessen que también envejecerá mejor que un Ribera del Duero. Mejor que una porrusalda recetada por un conocedor de la tarde-noche como Arguiñano y que te hace abstraerte, mientras la escuchas en bucle, hasta el nivel de preguntarte cómo puedes haber estado mirando una pared durante horas sin pestañear.

Tras ella, nuevamente ponen a funcionar el Dragon Khan “Disparando a los Caballos” en una de las más lúcidas crónicas políticas que se han escrito en los últimos años. No viene mal recordar que hay cosas que nunca han desaparecido, solo han cambiado de manos, de formas y de caras. Y, a veces, ni eso.

“Volando Alto” es el café de cada mañana en el que se diluye la crisis mundial de salud mental. Aderezada con malabarismos vocales, demuestra que hay armas más útiles que las pistolas. Las palabras. Esas mismas que en el debut se preguntaban qué significaban y en esta ocasión hacen disfrutar de los sobresaltos y las miserias de la existencia.

Esa existencia reflejada en “Tu vida en Directo” que, con la pausa necesaria, empuja a percatarse, incluso al más insulso de tu barrio, que estos cuatro monos ya se han convertido en iconos de musicales de nuestro tiempo. De esos necesarios para nuestra supervivencia y gracias a los cuales nuestra vida en directo es mejor de lo que esperábamos.

Cuando se apaga ese último corte, probablemente, no podrás hacer más que presionar repeat en tu reproductor. Porque León Benavente son la evolución de la hipnótica luz para las polillas que ya había dejado prendados a muchos en su primera entrega. Desde ella, son cada vez más los que no han podido despegar su vista de ellos como quien mira a la serie negra de Goya. Como quien necesita estudiar toda una vida para comprenderlos, completamente enganchados a ese beso que una vez lo has probado, ya no te importa morir. 

Hay cosas que se pueden perder pero otras nunca morirán. “Vamos a Volvernos Locos” pertenece, indudablemente, a estas últimas.