María Sánchez

María Sánchez

Redactora

“Si no existiesen los recuerdos, ¿para qué se viviría?”

Un par de zapatos rojos, un deslucido cubo lleno de agua y una escoba tendida en el suelo aparecen como punto de partida del estremecedor monólogo que Max Aub escribió en 1939 en los primeros meses de su exilio republicano en París, el cual describe la situación de extrema angustia de una mujer llamada Emma, interpretada en esta representación por una gran María Pujalte. Ella es una cristiana conversa, pero por sus venas corre sangra judía. En este soliloquio relata cómo tras la anexión de Austria a la Alemania nazi, se ve despojada de todo lo que un día fue suyo. Ella, que perfectamente podría haber votado a los nazis, cambia su visión del mundo a raíz de esto y su esperanza radica en que un día venga la libertad.

“Mientras no se metan con él, votaría lo que sea” es una de las reflexiones que llega a confesarle uno de sus vecinos que antes respetaba y ahora sólo puede mirar con resignación.

Este monólogo es fruto de una conversación con su fallecido marido, irónicamente llamado Adolfo, al que le cuenta cómo se ha convertido en víctima y espectadora de los cambios que han venido sucediendo, a la vez que le recuerda otros momentos más felices de su pasado junto a él y a su hijo Samuel. Y es la muerte de este último la que más angustia le produce. La incertidumbre de no saber el verdadero motivo de su asesinato y la inexplicable razón que lo hizo partir a un país extranjero para ser partícipe de esta trama.

Es digno destacar cómo María Pujalte, mantiene en todo momento una expresión de emoción en su rostro, aguantando en sus ojos esas lágrimas que no terminan de caer y que sólo se permite perder cuando narra algunos de los desagradables momentos vividos estos últimos años. Es relatando estas grotescas situaciones cuando emana en ella una furia y rencor que, junto a un juego de luces y sombras, te hacen sentir partícipe de ellas como si las hubiese experimentado en primera persona.

Y es inmersos en este marco, donde texto y escenografía acompañan, cuando es bastante fácil empatizar con esta situación, con este personaje. Estamos acostumbrados a escuchar relatos de esta envergadura donde, cuando del nazismo se trata, es muy común sentir la angustia y pesar que nuestros antepasados tuvieron que experimentar, y que inmediatamente te hace sentir afortunado, y por qué no decirlo, seguros de que tú no permitirías que se pudiera llegar a esa situación.

Es entonces cuando la obra rompe por completo. Emma anhelando esa ansiada libertad, da paso a escena a Ana Rujas, la cual consigue dar un giro inesperado en la obra, cambiando vestuario, música e iluminación por algo más informal y de nuestro tiempo. Ésta empieza un nuevo monólogo tan diferente a lo que se venía relatando hasta ese momento que el espectador no entiende muy bien que conexión hay entre ambas y el porqué de esta nueva secuencia.

La obra compara dos contextos tan diferentes en su superficie, pero idénticos en su esencia, que invita a la reflexión en un momento de crispación, donde comprende la necesidad de parar y mirar al pasado porque “quizá no hemos aprendido tanto con el paso del tiempo”.

Ana Rujas interpreta a una joven, cuyo nombre no se descubre en toda la representación, que cansada de este presente incierto y oscuro en ciertos momentos comienza a desahogarse describiendo las emociones y sentimientos que los problemas actuales le ocasionan. Trata cuestiones bastante delicadas con una pasión y entrega digna de una persona que las está experimentando, pero sin caer en los tópicos a los que estamos acostumbrados. Temas como la toxicidad de las redes y cómo nos pueden afectar en nuestro día a día; la necesidad imperial del feminismo, pero no del que se dice, sino del que se hace; habla del exceso de estímulos que alimentan la necesidad desmedida del consumismo, tener antes que ser. Y todo ello lo manifiesta desde un tono algo irónico por la necesidad de ser políticamente correcta como la sociedad actual le demanda.

Dos historias, dos mujeres, heridas, angustiadas por la situación que las rodea y a las que les une algo más que un contexto. Un vínculo que no se descubrirá hasta el final de la obra y que lo hará de la manera más dramática posible, dejándote un enorme nudo en la garganta y un extraño dolor en el pecho.

De: Max Aub

Dirección y adaptación: Maite Pérez Astorga

Con: María Pujalte y Ana Rujas

Diseño de espacio escénico: Lua Quiroga Paul

Diseño de vestuario: Paola de Diego

Diseño de iluminación: Juan Gómez-Cornejo

Diseño de sonido y audiovisuales: Daniel Jumillas – JUMI

Fotografía: Manuel Fiestas

Ayudante de dirección: Nacho Redondo

Una coproducción de Teatro Español, ProduccionesOff y Vania