‘Todo el tiempo que pasó’. Nada más y nada menos que 20 años desde que decidimos emprender un camino por la planta de más abajo del underground. La excusa perfecta para hacerlo no fue otra que la de publicar los discos de Malahora. El plan no era otro que el de grabar, publicar, girar y picar piedra. En definitiva, era el camino y lo sigue siendo. No queda otra.

Cada poco tiempo, Malahora pasaba una temporada con Paco Loco experimentando y avanzando en busca de su sonido. En cuatro años llegamos a publicar dos LPs (‘Introvertivo’ y ‘Excursionistas’), dos mini Lps (‘Lunes’ y ‘Dormir bien es vivir mejor’) y unas cuantas colaboraciones en forma de versiones para discos recopilatorios (091, Echo & the Bunnymen, The Smiths, El Niño Gusano, Aerolíneas Federales).

Ahora, coincidiendo con el vigésimo aniversario de la casa Lunar, lanzamos ‘Todo el tiempo que pasó’, un recopilatorio donde recogemos doce canciones de Malahora fundamentales en la historia del indie andaluz de primero de siglo.

“Ahora que el indie empieza a ser una especie musical en vías de extinción los testigos y los supervivientes podemos mirar atrás y recordar cómo nació y cómo creció. Si los festivales se extendieron como setas y aquello se convirtió en una moda masiva no fue por generación espontánea. 

Fue gracias a bandas que a finales de los 90 se encerraban en locales a hacer música sólo por el placer de hacerla, tipos que se inyectaban música en vena 24 horas al día, grupos de románticos que sólo pensaban en canciones y que nunca grabaron stories para instagram ni se visualizaban tocando en la Plaza del Trigo mientras las mangueras mojaban a la multitud.

Malahora fueron, junto a El Hombre Burbuja, o Mamá Baker, una de esas plantas que tuvieron que crecer en terrenos que aún no estaban bien preparados para su especie. Pero abonaron para lo que vino luego, y a muchos nos hicieron felices y nos mostraron el camino. Al escuchar “A Mayúscula”, “Lunes” o “Charcos” puedo cerrar los ojos y viajar a conciertos con un puñado de iniciados de una secta en la que conocíamos cada nota y cada arreglo, cada palabra, cada pedal y cada guitarra, y en los que, al terminar, público y músicos acabábamos mezclados hasta que se hacía de día. En tiempos de toque de queda son recuerdos que escuecen un poco.

 Aunque Malahora tenían canciones redondas que se pegaban a la primera escucha, nunca se conformaron con eso. Se comían mucho la cabeza. No en vano varios han acabado haciendo jazz, mejor morir de sed que ir a lo fácil. Volver a escucharlos ahora permite apreciar mejor sus intenciones. Sus arreglos eran orfebrería fina. La evolución que ellos hicieron en dos discos no la consiguen otros en una carrera completa. Investigaban y retorcían los detalles (imagino que para deleite de su fiel Paco Loco, cocinando con su salsa favorita) y además lo hacían porque podían, ya que, a diferencia de la mayor parte de sus contemporáneos, sabían hacer sonar (bien) sus instrumentos. 

Eran tan buenos que toda una jauría de buitres nos lanzamos ávidos a buscar a los Malahora para reforzar otras bandas: por ahí sigue viva la semilla malahorística, se puede rastrear en decenas de discos en que sus miembros han seguido dejando arte a diestro y siniestro. Que nos lo pregunten a Maga, a Niños Mutantes, a Chinarro, y responderemos que estamos en deuda con estos tíos. 

No soy amigo de la nostalgia. Me hace sentir viejo, prefiero mirar adelante. Pero en estos días en que el futuro se ve tan borroso se agradece volver a volar libre en la música de Malahora, puerto seguro.”

Juan Alberto Martínez (Niños Mutantes)