Cuando tenía 18 años, pensaba en una única salida, estudiar fuera de mi ciudad, de la triste Toledo, para mí, el juego de mi ciudad había terminado. Me disponía a explorar nuevos caminos, conocer nueva gente, nuevos bares, vivir sin preocupación. Disfrutar la universidad. Todo estaba preparado, Madrid tenía un sitio reservado para mí. Donde dormir y dónde estudiar. Un futuro que labrar. Pero no salió todo bien y me quedé sin ser un “urbanita”. Estoy seguro que si hubiera entrado allí, en la “capital”, no habría salido nunca.
Fernando Tello
Redactor & Photo
Al final ganó la opción “burda y barata” de estudiar en Cuenca. Me negaba, pero no había otra. Ahora no me arrepiento, ni mucho menos. Viví los mejores años de mi vida. Años que volvería a repetir sin dudarlo, buenos amigos y el conocer una ciudad de esas que te marcan para siempre. También me recorrí todos los bares, unos más que otros y también entré en la pequeña escena conquense de la buena música, que la había. No todo era “bakalao” en esos tiempos, menos mal.
Albacete sobrevoló por encima de mí durante mucho tiempo antes de llegar a Cuenca, quizás pude acabar allí. Me lo dieron durante un tiempo. Iba a ser informático, e iba a estudiar en Albacete. Me duró un día la sensación, renuncié. Tuve una rabieta de esas de post-adolescente, porque con 18 ya no eres adolescente y decidí que dejaba de estudiar. Que a Albacete no. Qué pintaba yo allí. Lástima, porque si lo miro ahora, viví con la ciudad de la mancha metida en mis cintas de casette durante mucho tiempo. Mis primeros Cd’s tenían de esa tierra en su interior.
Para mí, la relación con Albacete no se limitaba a ponerme ciego a Miguelitos cuando podía, ahora ya no puedo, azúcar alto. Mi apego empezó cuando mi hermano Chema y su amigo Nacho me presentaron a los Surfin’ Bichos en una cinta que yo daba vueltas y vueltas en mi walkman. Ni idea tenía de que eso se hacía allí.
No había estado nunca. Lo de los Surfin’, a la postre, fue predicar en el desierto, abrir un melón que muchos años después todavía sigue abierto y poner en el mapa a una ciudad que seguro que todavía bebe de esas letras claras de Alfaro y sus secuaces, que yo apuntaba en hojas para leerlas y cantarlas. Me fascinaban, no había nada igual.
Albacete sólo salía en el mapa cuando íbamos a la playa de levante. En los desvíos que nunca se cogían con el coche. Paradas en la autovía para tomar un café. La universidad se empapaba de la música que yo escuchaba. En un concierto en el Luis Yufera, un pabellón Conquense al lado de las residencias, programaron un concierto en un fiesta que muchos flipamos. Iba a tocar Mercromina, la banda derivada de los Surfin’ con Pascual a la cabeza. La evolución estaba servida. Menudo bolazo dieron. A mis veintipocos años ya había visto muchos conciertos en mi vida, pero de ese me acuerdo como si fuera ayer. Mercromina me ha acompañado siempre, es una de esas bandas que siempre están en el hueco de tu corazón y ese concierto tuvo mucho que ver.
Además, cada año había una fiesta Intercampus, donde estudiantes de todas las provincias de la UCLM se congregaban alrededor de un montón de actos y actividades, terminados al final del día con un concierto que cada vez era más grande. Chucho fue a uno de esos a dar otro bolazo de los de grandes dimensiones. Y por fin se produjo mi primer viaje al centro de Albacete. Gracias a una de esas fiestas fui por primera vez a Albacete. Allí pudimos ver a la banda del momento, que no era otra que Los Piratas, en un cartel compartido con el Chup-Chup de Australian Blonde. Realmente mi paso por la ciudad se limitó a ir a Expovicaman, que es un recinto ferial que está a las afueras, por lo que no pude ver la excepcional ciudad que se esconde en esa larga llanura. Corría el año 99 y los Piratas terminaban su fin de la primera parte con una larga gira que terminó con el de La Riviera de Madrid.
Mi viaje a Albacete acababa de comenzar, muy breve, quién me iba a decir que se completaría muchos años después.
Hace bien poco mi destino se tornaba hacia aquellos lares de nuevo, ahora con un fin bien distinto. Me nombraban profesor interino en la Escuela de Arte de Albacete. En principio algo que ya tenía asumido es que en unos años debería estar fuera de mi ciudad de residencia. Se llama crisis, y cuando afecta a todo el mundo y los políticos se vuelven locos y empiezan a sacar la tijera para recortar, siempre pagan los mimos.
En mi caso asumía mi rol, en mi profesión de educador. Donde me destinan, acudo y puedo decir que tengo la suerte de seguir pudiendo ejercer año tras año mi profesión, de momento. Para mí, fue un drama, así que las preferencias cambian, pero la música sigue ahí. Iba a vivir en la tierra de esas bandas que tanto formaron parte de mi vida. Albacete es una ciudad fea estéticamente, lo que para ellos es su valor histórico más preciado, en Toledo seguramente habría desaparecido por insignificante. Pero por contra, es grande y cómoda, muy cómoda para vivir. Además tiene un valor de lo más preciado, su gente. Son abiertos y si no te sientes querido en esas tierras es que eres un bicho raro, pero raro, raro. Tres años duró mi etapa allí y en esos tres años he podido hacer amigos que durarán toda la vida.
También he tenido tiempo de pasear por el parque lineal. De tomar un café en el Pasaje Lodares, servido majestuosamente por David Sarrión. De pasar largas tardes y parte de la noche con mis amigos Iván y Ángel y de poder sentirme como en casa pero a doscientos kilómetros de distancia. La Escuela de Arte es un oasis dentro de la educación en Castilla la Mancha, empeñados en ser cada vez más y mostrando a la comarca que las enseñanzas artísticas si son cosa de una ciudad como Albacete. Volvería sin dudarlo a entrar en ese maravilloso mundo, pero como siempre les he dicho, hay que tirar de la cuerda para que Albacete y Toledo estén mas cerquita, que se me hace muy largo el llegar a la llanura.
También de conocer rincones como el Torito, el bar con la música perfecta, semanas del Cine a gran escala, con títulos de pequeña escala. Conciertos en el Clandestino y en Caribou, salas que poco a poco iban recuperando esa sangre independiente de los años noventa.
Y bandas que resurgen como los Niftys, Rock n’ Roll puro de altos vuelos que de no ser por esta pandemia estarían ahora mismo reventando todos los escenarios de la península. O Clacowsky, poesía en movimiento, que no deja indiferente a nadie, con esa sutileza para abordar los textos con música y mezclarlos para que parezcan hecho el uno para el otro.
La Feria de Albacete no sabes lo que es hasta que no pasas tu primer día dentro de ese recinto. Creo que estoy capacitado para decir que no hay nada igual, y que quizás sea de esas cosas que no puedes morir sin conocer. Madre mía, la que montan en diez días. Aunque la cosa empieza antes, puesto que todo lo que quieras hacer allí semanas antes de la feria siempre es para después de la feria. Y qué decir de los Miguelitos, brillantes, me da igual los que sean, de crema, de chocolate, negro o blanco, aunque siempre con los centenarios por encima de ellos. Y si los mezclas con una Sidra escanciada por un asturiano, eso adquiere proporciones descomunales. Vermú es una banda de La Roda, como los miguelitos y es oro molido en nuestros oídos. Al igual que el Festival de los Sentidos, asentado ya en el circuito festivalero como cita segura en el mes de junio.
Un rubio de melenas largas me dejo pasar en uno de esos bares que Ivan y yo frecuentábamos un jueves más, de esos de tomarse una y a casa. Poco después me pregunto que si no sabía quién era. Se trataba del cantante de Ángels Apátrida. No tengo ni idea, le contesté yo. Como internet tiene esa facilidad miré. Se trata de la banda numero uno del Trash Metal patrio con un reconocido éxito en el extranjero. Brutal, el número uno del Trash en Europa es una banda de Albacete. El éxito no lo llegó a tener Surfin’ Bichos pero si que llegó a Albacete de la mano del Trash Metal.