Paco Ruíz
Redactor
Cánticos de insinuantes embrujos eróticos que calcinan la quimera de inquisidores y espectadores, por igual. Akelarre, de Pablo Agüero, invoca el soberbio y aterrador debate contemporáneo del empoderamiento de la mujer. Tachadas de vírgenes o brujas, etiquetas que entierran su representación como personas. La compleja premisa convulsa el catálogo del cine español, revisitando folclores localistas trasladados a la universalidad. Agüero fortalece la regla del “menos es más” hasta las últimas consecuencias, utilizando las fuentes de luz nativas de unos sets cuyo progreso se crispa hacia el calor de la mugrienta negrura.
A través de ópticas vintage y naturalistas, los inocentes planos generales de Ana (Amaia Aberasturi), y las chicas, se ven corrompidos ante los acusadores teleobjetivos del Juez Rostegui (Alex Brendemühl), en un combate de réplicas en pos de la supervivencia. ¿Del bien o del mal? He ahí el quid de la cuestión. La llegada de la Santa Inquisición al indigente pueblo, no consigue quemar las ardientes interpretaciones de un elenco en estado de gracia, cuyo tambaleo viene granjeado por repentinos cambios de tono y extrovertidas reacciones que nos lanzan al precipicio. Misericordia, en todo caso, piden también los personajes secundarios debido a un guion que se despreocupa de escudriñarlos.
Nada alarmante son sus tropiezos. En conjunto, se impone hasta llegar a la primera línea de los Goyas 2021, con nueve nominaciones; sin olvidar el desdén hacia ciertas candidaturas, que sí han tenido a bien considerar en Los Feroz, como las de Mejor Actor de Reparto y Mejor Película. Y es que su éxito radica en una dramaturgia que abuchea la manida temática del terror, para evocarlo a través del más puro drama. Reiterando esa verdad que ya ha indagado en su filmografía, a través del documental. Total contraposición a otro largometraje, que alberga similitudes en su fondo narrativo, The Reckoning (Neil Marshall, 2020). Proyectado en la pasada edición de Sitges, se desenvuelve en un desconsiderado naufragio de intenciones sangrientas que maltrata visualmente a la mismísima figura del Buco, inmortalizado en el cuadro de Francisco de Goya, El Akelarre.
Agüero no podía haber llegado en mejor momento. Su País Vasco de 1609, no es más que un reflejo de nuestro tiempo. El saqueo de las intimidades emocionales y físicas. Las acusaciones sin fundamentos. La indiferencia hacia las que sí las tienen. El miedo a jugar con las apariencias. La película es una advertencia, el peligro de perdernos y encontrarnos como inquisidores y brujas. Malicioso artefacto que ratifica la alta calidad de las producciones patrias, y que podréis degustar en plataformas digitales como Filmin y Movistar +.