Valencia, 26 y 27 de septiembre de 2025. Espacio Marina Alta

Quinta edición del VisorFest y cuarto nuevo emplazamiento de este festival de conciertos que cada año intenta traer a finales de septiembre lo mejor de la música que fue, pero que sigue viva en la memoria emocional de los muchos y muchas que asisten cada año.

La propuesta de este año presentaba ocho bandas añoradas y deseadas: Then Jerico, Buffalo Tom, Ash, Happy Mondays para el viernes. Chucho, Echobelly, The Lemonheads y Peter Hook & The lights para el sábado. A los primeros no llegamos a verlos, pero cuentan todas las lenguas que dieron un estupendo concierto, con su abnegado cantante sufriendo el sol de cara, con pantalones de cuero negro y una actitud encomiable ante un público que recibió la recompensa de llegar pronto al recinto.

Santi Hernández

Santi Hernández

Redactor

Loles Ureña

Loles Ureña

Redactora & Photo

El primer plato fuerte de la jornada lo sirvió Buffalo Tom, banda a la que intuía que iban a tener buen directo, como así lo confirmaron. Trío de guitarra, bajo y batería muy bien engrasado en el que el bajo hace coros, pero también canta alguna canción. Ambas voces brillaron a la altura del concierto que dieron dejando claro que son la misma banda desde que empezaron en 1987. Con 10 álbumes en sus costillas, estos bostonianos incluso pidió a la audiencia qué canción querían que hicieran. De esas cosas que ocurren en el Visor. Acto seguido subieron Ash al escenario y la afición que deseaba verlos en directo comenzó a vibrar con los norirlandeses. Quien escribe esta reseña quizás no supo apreciar la vehemencia con la que los fans acérrimos consideraron el concierto como el mejor del viernes. Salvo la colección de temas del mítico 1977, el resto de repertorio me parece que tiene poca chispa. Pero oye, esto como los colores, que hay muchos y cada uno en su grado. De lo que no cabe duda es de la entrega de la banda sobre el escenario. Y eso se notó en el ambiente. Para acabar con la tacada de nombres míticos del viernes, los Happy Mondays se hicieron con el control de la nave. Otra edición más en la que MADchester aterriza en la costa mediterránea para uso y disfrute del sonido y ritmos bailongos. Con Shawn Rider y su voz venida a menos, pero acompañado de una enorme voz femenina, hizo que los temas de siempre hicieran bailar al personal, aunque algo descafeinados, pero siempre bailongos. Y Bez, a las maracas, con esa encogida de hombros y baile espasmódico, sonriendo y animando al personal a bailar, sin parar ni un momento. Yendo de un lado al otro del escenario. Qué queréis que os diga, me pareció otro de los grandes momentos imborrables del festival. Y con todo el alegrón en el cuerpo, pues resulta que esta vez no había DJ que acompañaran la última cerveza del viernes, tan solo un señor que nos invitaba a abandonar el recinto. ¡Vaya chasco!

El sábado amaneció con Chucho haciendo de Chucho. Con toda la actitud y fuerza desgarradora y visceral que tienen los temas y su presencia en el escenario. Según fueron cayendo las luces del amanecer y cobraba luz la artificial, el concierto se resolvió magistralmente. De verdad, una pena no haberlos visto cuando les tocaba a Echobelly. Chucho (y las bandas españolas que han venido al Visor) habría merecido mejor sitio en el cartel. A ver si para otra edición cambia. Llegado el turno de los londinenses Echobelly, cambiamos de idioma y tempo, pero no cambiamos de intensidad. El grupo salió a escena y soltó los cuatro ases sobre la mesa antes de que hubiera calentado motores. A partir de ahí, el grupo dio un excelente concierto. Sonya Madam sonrió y cantó, encandiló y bailó, animó e hizo que la audiencia lo pasara estupendamente con ese sonido tan característico británico que nos reúne edición tras edición allá donde decida aterrizar el Visor.

Y cuando ya estaba todo preparado para uno de los platos fuertes del festival, apareció Evan Dando girando sobre sí mismo como si le hubieran empujado desde un lateral. Embutido en una americana que le quedaba un tanto apretada, comenzó a desgranar los temas de The Lemonheads. Desde el principio me dio la sensación de que a Evan le habíamos invadido su casa y le habíamos insistido en que se tocara unos temas. Él habría accedido con cierta desgana, pero ya que estábamos allí, pues nos daba el gusto. Consiguió que todo fuera bien, a pesar de sus limitaciones de voz, que hicieron que se fulminara la melodía de “Into your arms”, pero todos se lo perdonamos un poco. Al fin y al cabo, le habíamos sacado de la cama y nos estaba haciendo un favor. Hasta que le pareció una genial idea intercambiar la guitarra por el bajo (en un soberbio movimiento coreográfico con el bajista) para interpretar un tema irregular, derribar el micrófono de una patada y devolver el bajo a su dueño bastante desairado. La cosa no funcionó. Pero tampoco cuando se quedó solo en el escenario y se arrancó con un tema de Oasis. Así, como sorpresa y guiño está bien, pero bien pensado, The Lemonheads no necesitan de nadie para seguir con su incontestable repertorio. También se lo perdonamos (y disfrutamos el tema), pero la serenata que le siguió con la guitarra acústica durante 20 minutos fue, cuando menos, difícil de aguantar. La situación se parecía más a la de estar escuchando a un colega que va pedo y nos quiere tocar sus hits y, por respeto, la audiencia le escucha mientras murmura cuánto más va a durar esto. Por suerte, volvió la banda tan solo para confirmar la ruina que se estaba fraguando. Volvieron al repertorio, pero a nuestro antihéroe se le olvidaba apagar o encender el pedal de turno para que sonara la intensidad que pedía el tema, dejaba de rasgar la guitarra para regalar púas como un rey mago regala caramelos en la cabalgata. Todo muy bizarro. Hasta que llegó el final de la hora y media de concierto. Ahí tocaron uno de los temas nuevos “Togetherness is all I’m after” (vamos que el título parece un irónico epílogo a la historia) y, sorprendentemente, empezó a sonar fenomenal. Con la intensidad y ganas que se esperaba. Por fin, nos mirábamos con complicidad mis amigos y yo. También le perdonábamos que tuvieran que empezar el tema de nuevo, por lo que fuera. Lo que no sabía nuestro héroe imperfecto es que era el final de su turno, y le pareció fatal. Acabó el tema indignado, dejó la guitarra en el suelo y salió por el lado opuesto del escenario por el que había entrado dando giros al principio del concierto. De traca. Muy punk. Recuerdos imborrables del Visor. Otro más. Pero vamos con la traca final.

Estupefactos por lo que habíamos presenciado, antes de que empezara Peter Hook and The Light, mis amigos y yo llegamos al acuerdo de que no habíamos visto todavía ningún concierto memorable como sí nos había pasado en otras ediciones (James, dEUS, Gigolo Aunts, OMD, Suede,…) y ahora empezaba algo que prometía. The Light salió de riguroso negro y muy elegantes. Peter Hook no. Con la estampa que todos podemos imaginar de un inglés en Benidorm, a saber: bermudas pirata gris claro con cordones al final de la pierna, camisa de cuadros gris más oscura por los cuadros negros que la decoraban, ancha con una suerte de leyenda bordada en letras rojas en la espalda. La estampa era casi caricaturesca, pero el sonido era arrebatador. Empezaron con el repertorio de Joy Division ejecutado a la perfección, temazo tras temazo: Warsaw, Interzone, Isolation, She’s lost control. Peter hacía lo que podía con su maltrecha voz, apoyada por la voz del guitarrista que suplía muy bien las carencias. Y cuando acababa el tema, Peter se sentaba en la tarima de la batería, se abría de piernas y se encendía un cigarro para contemplar a la audiencia. Eso lo hizo en hasta cuatro ocasiones. Su actitud no estaba a la altura del resto de la banda. Pero se lo perdonamos (también a él) porque esas contundentes y enervantes líneas de bajo habían salido de sus dedos, de su cabeza, de su alma y se podía permitir el lujo de ir vestido como quisiera, fumar lo que quisiera y sentado como le viniera en gana. Él sabía que estaba sonando perfecto y que la gente se lo estaba gozando. Sí, estaba siendo el concierto memorable del VisorFest ’25. Cuando acabó el asunto con el mitiquérrimo ‘Love will tear us apart’, se acabó la fiesta y se recogieron instrumentos y encendieron luces. Nadie contaba con los bises, ya no ocurren, pero… apareció Peter en el escenario. ¿Se va a hacer un bis? se oía decir y muchos nos dimos la vuelta. No. No era un bis. Peter se había dejado el tabaco en la tarima de la batería. Se sentó, se volvió a sentar con las piernas abiertas y se encendió otro cigarrillo. El resto ojipláticos, él henchido de gloria. Se levantó y saludó al personal satisfecho de saber que había sido un gran concierto.

Y así acaba otro glorioso VisorFest, el cuarto consecutivo que vive el que suscribe estas palabras, que no serían tan vibrantes si mis amigos no me hubieran ayudado a escribir esta y las otras dos que escribí antes. Allá donde aterrice el año que viene el Visor, allí estaremos. Ya nos buscaremos la manera de hacer callar el molesto absurdo volumen de las discotecas de al lado, los respingos de aire comprimido de no se qué atracción de feria o abaratar el desorbitado precio de la cerveza. Ya veremos cómo y qué hacemos, pero volveremos. Larga vida al VisorFest.