Esther Jiménez

Esther Jiménez

Redactora

Fotos: Austin Mann

Tarde del 23 de febrero, sala sinfónica del Auditorio Nacional de Madrid, velada coordinada por Ibermúsica. El público, con entusiasmo, se agolpa a la entrada de la sala sinfónica a la espera de poder llegar a su asiento. La expectación se respira en el ambiente y los nervios se perciben por doquier. No es para menos, pues Yo-Yo Ma está a punto de interpretar la totalidad de las 6 suites para violonchelo de J. S. Bach. Una detrás de otra. Sin intermedio. 

Siempre he sentido una fuerte admiración y respeto por aquellos músicos que se atreven a realizar una integral de cualquiera de las colecciones de suites y sonatas del maestro Bach. No solo es un esfuerzo monumental para el intérprete, tanto físico como mental, sino un enorme esfuerzo de concentración para el oyente. Ahí radica que este tipo de propuestas tengan esa belleza tan especial: músico y audiencia compartiendo la lucha por llegar enteros al final. 

Y es que esta colección de danzas, un concepto aparentemente sencillo, guarda una complejidad conceptual y sonora que constituyen uno de los pilares básicos de las composiciones para violonchelo. Una obra que exige una gran técnica, pero también una gran sensibilidad musical y que, en este Bach Project, Ma pretende llevar al mayor número de ciudades posibles.

Así, Yo-Yo Ma nos ofreció una interpretación que nada tiene que ver con lo puramente histórico, pero que marca una visión tremendamente personal del compositor alemán. Una versión que se caracterizó por su intimismo y recogimiento, que le aportó solemnidad y devoción a la velada. Los sonidos amplios y de gran potencia se dejaron para momentos puntuales, lo que provocó que reluciera un recurso que casi siempre suele pasar desapercibido: el silencio como elemento semántico del discurso musical. Yo-Yo Ma usaba sus silencios como elemento significante para navegar por las intrincadas frases de Bach, en lugar de usarlos como mero punto de descanso o respiración.

Si bien la primera suite resultó un tanto tímida e irregular, el concierto fue ganando en calidad sonora e interpretativa a medida que avanzaban las casi dos horas y media de duración. Especialmente a partir de la tercera suite (dedicada al público), Yo-Yo Ma fue ganando en lenguaje sonoro, resultando la Giga final muy sorprendente y atrevida. En la suite número 4 fue especialmente exquisita la Sarabanda, donde el final en perfecto diminuendo dejó al público embelesado. 

De nuevo dedicaba la siguiente suite al público, sobre todo a aquellos que habían sufrido alguna pérdida en estos meses de pandemia. Esto se tradujo en la quinta suite en un Preludio solemne y espiritual, donde además impregnaba Ma su personalidad sobre el compositor alemán, con una Giga que en este caso resultó más lenta y contenida en su ejecución. Sin embargo, consiguió que la audiencia se quedara absorta en la transición a la última suite, donde a pesar del cansancio el violonchelista desplegó toda gama de matices virtuosismo técnico, poniendo a la noche un broche final a la altura de la acción titánica que acabábamos de presenciar.

Si bien es cierto que no es un Bach para todo el mundo, podemos decir que la monumental tarea fue cumplida y nos dejó grandes momentos que atesorar y nuevos prismas desde los que acercarnos a cada una de las suites. 

La calidad interpretativa y humana de Yo-Yo Ma se ganó al público, que estalló en una ovación al terminar. Aún tuvo el violonchelista energía para regalarnos una delicada versión de Cants dels ocells como guinda de la noche, para gozo del auditorio.

En definitiva, una agradable velada donde se disfrutó de la grandeza del genio de Bach bajo el paso que nos marcaba Yo-Yo Ma en cada danza. Música eterna y atemporal.