Alicia Población

Alicia Población

Redactor

Madrid, 5 de febrero de 2021. Auditorio Nacional

El pasado viernes 5 de febrero tuvo lugar el concierto Bach and Bach, protagonizado por Pablo Martín Caminero, contrabajo, Daniel Oyarzabal, teclas y Antonio Serrano, armónica, en la sala de Cámara del Auditorio Nacional.

El concierto constó de dos partes. Durante la primera el grupo tocó piezas del compositor alemán al más puro estilo Barroco. Sorprendía la tímbrica del instrumento de Serrano en obras originalmente escritas para violín. La armónica sobresalía  menos que un instrumento de cuerda acompañado, a pesar del micrófono de ambiente con el que contaba el armonicista, y había momentos en los que el sonido del clave era demasiado arrollador. Antonio Serrano volvió a demostrar un increíble control del instrumento imitando incluso, mediante reguladores dinámicos, las arcadas que haría un violinista. Caminero iba completamente fusionado con la mano izquierda del teclista. Sorprendía verlo con pajarita y tan serio, dentro de la etiqueta que marcan los conciertos clásicos, después de verle en otros contextos.

Hacia la mitad de la primera parte, Antonio Serrano se quedó solo en el escenario para tocar la Allemande de la Partita para violín solo n. 2 en re menor. Los músicos clásicos pecamos, en muchas ocasiones, de imitar lo que ha sido tradicionalmente reproducido a lo largo de la Historia. En este caso, fue curioso ver cómo las paradas que, a lo largo del tiempo han sido interpretadas de forma similar por instrumentistas clásicos y violinistas, no aparecían en la interpretación de Serrano, o surgían en otro momento, sorprendiendo y despertando expectativas. En la última sonata de esta primera parte, el vuelo de la armónica y el cuerpo armónico del clave se acomodaron en un pedal constante del contrabajo, fundamental para dar motor a lo que ocurría por encima. Entre el adagio y el allegro no fue posible retener los aplausos del público que, al momento, menguaron, respetando las “reglas” del clásico de no aplaudir entre movimientos. Esta tradición tampoco permite, por ejemplo, presentar las obras como sí se hace en otros estilos musicales, lo que me hace preguntarme si esto no alimenta más el elitismo, en el mal sentido, de la música clásica.

Toda esta etiqueta cambió en la segunda parte del concierto, que fue toda una sorpresa ya desde el momento en el que volvieron a salir al escenario con camisas de colores y sin pajarita. Durante esta segunda mitad, el grupo fue capaz de aunar las estructuras y giros del jazz con las armonías y frases melódicas de reconocidísimas obras de Bach, como la Fuga en sol menor o el Concierto n. 5 de Brandemburgo. El empleo del rhodes o de arpegiadores por parte de Oyarzabal, mezclado con los pizzicatos de un Caminero que, mascando la música, había borrado de su cara el gesto serio de la primera parte, la sala se llenó de una energía diferente, más viva. Esta se reflejó en los aplausos del público, cuya velocidad había ido en aumento a lo largo de la noche.

En esta segunda parte los músicos sí hablaron, presentaron las cuatro Visiones que habían tejido a partir de obras del gran compositor, y dieron una parte de sí mismos a esta música universal. Evidenciaron las similitudes entre el jazz, pura improvisación y el género Barroco, las preguntas y respuestas entre instrumentos y la libertad de interpretaciones.

El concierto fue una demostración de la capacidad del grupo para tocar tanto el estilo de siglos pasados como el de su propio presente y, lo más importante, ser capaces de aunarlos y hacer de esa memoria, algo propio.