Madrid. 19 de noviembre de 2022, Wizink Center
Al igual que decir que Robe Iniesta es uno de los mayores compositores de este país no supondría ir más allá de la blasfemia; afirmar que asistir a un concierto suyo, ya sea durante su época en solitario o como cabecista de Extremoduro, es una experiencia que escapa de la música y transgrede del momento, es y ha sido siempre una realidad. Un espectáculo para el que el significado de la palabra “concierto” se queda a años luz de definir un show donde hasta el más mínimo detalle cuenta y suma a la hora de elaborar una poesía tarareada de más de tres horas de duración.
Pakito Serrano
Redactor
Ángel Muñoz
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El que para muchos es el máximo exponente del rock (entre los que me incluyo), y uno de los artistas más alabados a nivel nacional, precursor del rock transgresivo, escritor de letras explícitas pero llenas de profundidad, compositor de canciones que van más allá de acordes y melodías; se daba, mejor dicho, nos daba cita para un último espectáculo de su gira “Ahora es cuando” que prometía ser especial. Quizás tan especial como los más de sesenta conciertos de los últimos dos años, pero este era el último (por ahora) y eso, lo hacía mágico.
Antes mencionaba que hasta el más mínimo detalle se tiene en cuenta en un concierto de Robe, pero más allá de ello, son estos pequeños detalles los que realmente dan profundidad y consistencia a un set list meditado y estudiado al milímetro. Pequeños detalles como la extrema puntualidad del espectáculo, los apenas segundos entre canción y canción que el extremeño aprovechaba para aconsejar a los asistentes que aprovechen el momento, el aquí y el ahora; parafrasear a intelectuales, o la crítica a las ilógicas medidas de la comunidad y el ayuntamiento madrileño, que daba paso a 15 minutos de descanso que tan bien venidos son tanto para el artista como para los allí presentes.
Mención especial y explícita requiere el set list. Un repertorio madurado y elaborado a conciencia dividido en tres bloques principales. Un primer bloque dirigido a subir la temperatura del estadio y a preparar al público para el plato principal. Al igual que el objetivo de los primeros capítulos de un libro es el de exponer, describir a los personajes y la situación ambiental que los rodea; en este primer bloque los temas que forman parte de los primeros trabajos en solitario del artista “Lo que aletea en nuestras cabezas” y “Destrozares, Canciones para el Final de los Tiempos” se sucedían en el escenario acompañadas por otros más veteranos de su etapa con Extremoduro. “La ley innata” hacía acto de presencia.
Tras un descanso de quince minutos, llegaba el turno de Mayéutica, eje principal en torno al que gira el concierto y la gira en sí. Que “La ley innata” apareciese en el primer bloque no es casualidad, (como todo en un concierto de Robe) pues, bajo palabras del propio artista, este “Mayéutica” es una “inesperada continuación” del anteriormente citado. Sobre el escenario más de media hora ininterrumpida de la mejor poesía y el mejor rock. Pues ni toda la poesía rima ni todo el rock grita, los cuatros movimientos se acontecían sobre el escenario, precedidos y culminados con “Interludio” y “Coda feliz” respectivamente. Los pasos entre las canciones eran prácticamente indetectables; los solos de violín, saxofón y clarinete aportaban notas que, fusionándose con las guitarras, el piano y la batería arrancaban los aplausos de los allí presentes.
Y llegó el turno de los bises; de la nostalgia, los gritos y lo saltos. Llegó la hora de levantar a más de 16.000 personas al unísono a los ritmos de “Jesucristo García” y “A fuego”. ¿Ya estaba todo dicho? Pues no, aún quedaba “Salir” y “Ama, ama, ama y ensancha el alma”. Ahora sí que sí. Con guitarra en alto y paseándose por el escenario, Robe se despedía, deseando que no pase mucho tiempo hasta volver a vernos.