Aunque Manuel Aranzana y Alfonso (Poncho) Linares ya reclutaron a Leo Fernández (bajo) en la última etapa de Automatics, el cambio de nombre de la banda indica un nuevo punto de partida, subrayado por la entrada de un nuevo vocalista (Josué Sánchez) y batería (Leopoldo Morales).

El sonido de Motoharu Okamura está dominado por las guitarras, obviamente, pero cubre un espectro más amplio que Automatics. En su debut recorren la psicodelia ruidista desde Loop a Black Rebel Motorcycle. Incluso miran atrás (la pegadiza “Ya somos tres” comparte ecos del post-punk más oscuro y encanto pop con los primeros The Cure) y se zambullen en el shoegazer más contundente con preciosas melodías y voces susurradas. La segunda parte del álbum, tras el interludio instrumental de “Arena”, brilla alternando hits adherentes que arrollan (las contagiosas “Kaku” y “Sangre en su fiesta”) y arrullan (los ensoñadores estribillos de “No vuelvas a creer” y “Calígula”), dejando abundantes regalos a fans de la electricidad volcánica de Swervedriver o Ride y las nebulosas incandescentes de Curve o Cranes.

Presiden el disco las melodías (siempre esa habilidad pop), pero lo domina una lluvia de riffs pegadizos y abrumadoras guitarras que suponen el cénit creativo de Manuel y Poncho. Su combinación es siempre espectacular, desde lo dinámico (“Metal Baby” y “Piel y hueso” son hits de alto voltaje) a lo atmosférico (“Lluvia de ángeles” planea autopistas espaciales, “Imposible aquí” envuelve con armónicas narcóticas y un banjo lisérgico y “Filofofia” cierra el disco con las caricias del dream-pop).

Además del fantástico sonido de guitarras y la solidez compositiva, en los arreglos también brillan como nunca, dando siempre un barniz cool que más que de Automatics viene de Husband (el reivindicable proyecto posterior de Aranzana). En definitiva, se trata de una cima tras más de treinta años grabando discos.