Alfonso Sánchez

Alfonso Sánchez

Redactor

DISCO DEL MES DE MARZO DE 2020

Alkilo Discos, 2020

Fotos de Oscar Carriquí

Sí, “Bestieza” (Alkilo, 2020) es una animalada. Diez canciones que apenas suman treinta y dos minutos y que suponen una escalada métrica y decibélica respecto a “Vida Inteligente” (Alkilo, 2014), anterior disco y primero tras la resurrección enemiga. En este autoeditado y décimo álbum de estudio de la banda madrileña predomina un enérgico punk-rock melódico sustentado por una base rítmica que, ejecutada sin piedad por Chema – Animal- Pérez a la batería y Fino Oyonarte al bajo, ofrece escasas concesiones a la distensión. En las guitarras es distinguible, atendiendo a las elaboradas armonías que salpimentan cada uno de los temas, con discreción, sin precisar de fraseos solistas, la impronta del nuevo enemigo, David Krahe, que viene a sustituir con plaza fija a Manolo Benítez tras su salida del grupo para establecerse con Porretas.

El cóctel “Bestieza” combina con tino dosis de luminosas melodías, de contundentes descargas eléctricas y deliciosos coros, y es agitado y servido con maestría por las manos de Carlos Hernández, quien fuera en el pasado técnico en los directos de la banda, ganador del Premio MIN 2017 de la Música Independiente por su trabajo en “Salve Discordia” (Mushroom Pillow, 2016) de Triángulo de Amor Bizarro, y nominado este año por la producción de “El Milagro” (Subterfuge Records, 2019) de Viva Suecia. Si echamos la vista atrás, en el resultado podemos apreciar ciertas semejanzas con las composiciones enemigas de la segunda mitad de los ’90, aunque “Bestieza” tamiza el grueso sonido de “Gas” (RCA, 1996) y desprende menos melancolía que “Nada” (Chewaka/Virgin, 1999).

El álbum está dedicado a la memoria de Rafael Fustes, histórico tabernero de Malasaña, quien hizo del mítico bar Flamingo un espacio musicalmente inclusivo, “un sueño en el sectario y violento Madrid de los años ochenta”, en palabras de su buen amigo Josele Santiago. También en “Bestieza”, si bien la esencia enemiga se revela con vigor, el grupo madrileño rehuye de sectarismos y da paso a ambientes sonoros diversos: desde los que recuerdan al grunge de los noventa – como la progresión armónica de Hey Judas- hasta otros más alejado de los que acostumbran, como los envolventes y oníricos finales de Rey Pescador, que versa sobre ciertos buenismos con intereses pecuniarios, o La Costumbre, una reflexión sobre los hechizos del poder, en la que asoman algunos riffs surferos a lo Dick Dale. Dos canciones que, junto a Sacrilegio Sideral, rebajan algo la tralla -que no la calidad- del disco y nos recuerdan inevitablemente a las composiciones de Josele en solitario (su último trabajo es “Transilvania”, editado por Altafonte en 2017). La voz del cantante madrileño -ahora afincado en Cataluña- también surfea, con solvencia, nitidez y apurando la elasticidad de sus cuerdas vocales, sobre las melodías de canciones como la maravillosa “La Ofensa”, cuya letra condensa, sin miramientos, odio y deseos de ajuste de cuentas a partes iguales.

Aunque, ojo, no confundamos ficción y realidad en estos tiempos de regresión de la libertad de expresión. Cosa que ocurre mucho más en la música que en la literatura. Como acertadamente denunció Josele en una entrevista en El Confidencial, “hay cosas que se ven normales en cine o literatura y, sin embargo, en una canción, no, porque se tiende a pensar que el cantante está hablando en su nombre, aunque lo más normal es que no lo esté haciendo. Yo nunca he estado en la cárcel y tengo una canción (“Desde el jergón”) en la que es el preso el que habla. Y además nunca me he suicidado, y también hay uno que lo están haciendo en una canción (“Septiembre”).

La lírica de “Bestieza” es predominantemente simbólica, a veces críptica, algo que no nos debería extrañar viniendo de quien viene. Hay cristalinas excepciones, como en los dos bombazos con los que se inaugura el disco: “Siete Mil Canciones” y “Vendaval”. En ambas, el amor y las obnulaciones que desata, se convierten en inusitados protagonistas, sin pudor y no sin cierta sorna. Y si no, fíjense en las atenciones que se dedican en el estribillo de la primera de las canciones a la amada cual Galindo en “Atraco a las 3”. La realidad se empeña en contradecir al Josele que, años ha, se juró a sí mismo no escribir nunca un canción de amor. Aunque aquí habría que hacer dos precisiones. Una, «Siete mil canciones” tiene su historia, ya que hace más de veinte años el propio Carlos Hernández la maquetó para el grupo en la preparación de “Nada” (Chewaka/Virgin, 1999), como comenta el productor en su página de Facebook, llamándola entonces provisionalmente “Suker”. Dos, “Vendaval” está escrita entre Josele y Fino Oyonarte, al igual que “Mar de sendas” y “Océano”. Ésta última también cantada por el bajista almeriense, quien, al igual que Josele, mantiene en paralelo a Los Enemigos su proyecto en solitario, con el que recientemente ha publicado el single “No mirar atrás / Calles vacías” (Buenaventura Records, 2019).

Los Enemigos confirman que siguen siendo, tras casi una docena de trienios en el tajo, una de las máximas autoridades del oficio de hacer música en español; una banda sin género pero con estilo; ajena a escenas e impertérrita ante modas pero con una notable capacidad de innovación; con letras de gran factura que no pontifican pero que se ven irremediable y conscientemente atravesadas por la realidad de “un mundo que envenena». “Bestieza” es, en definitiva, un álbum sólido, con identidad, exquisito. Un disco brillantemente manufacturado por unos de los operarios más cualificados de la clase obrera del rock.

El 6 de marzo sale el álbum completo a la venta y dos semanas después comienza la gira con todas estas citas:

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