DISCO DEL MES DE FEBRERO DE 2025

El Volcán Música

Se pueden contar con no mucho más que los dedos de una mano a los artistas que en este país merecen ser considerados de culto. Joe Crepúsculo, sin ningún atisbo de duda, es uno de ellos. El trovador tecno vuelve a escena con su particular “Museo de las Desilusiones”, una montaña rusa electrónica que oscila entre el baile y la circunspección.

Joël arranca su nueva máquina de baile sin ambages, “Bailar y llorar” es una declaración de intenciones. Un láser apuntándote al pecho en mitad de la pista de una discoteca, en el amanecer de un polígono a las afueras de una urbe decadente. Ese es el Crepúsculo genuino, el que nos cautivó ya hace casi veinte años y que sigue en plena forma. El mismo que se muestra en “Enamorado de tu reverb”. Una estampa con regusto bailongo de aquellos que, cuando se alejan, dejan más descanso que paz. De los que no puedes vivir con ellos, pero sin ellos tampoco. O sí. Y de los que te parecen bastante mejores de lejos, porque en las distancias cortas sus máscaras y su maquillaje se agrietan inmisericordemente.

Ciudadano Suárez

Ciudadano Suárez

Redactor

Pero quieto, que no haya lugar a confusiones. Poco a poco en esta galería se van mostrando piezas susceptibles de ir más allá del ejercicio aeróbico. Cantos a la cotidianeidad individual y colectiva. “Un infierno de dulce” es la banda sonora de una oficina un viernes a las tres de la tarde, donde te podrías cruzar con alguno de los Pantomima Full en busca de un tardeo ansiado durante toda la semana. O de la visita a un karaoke, en el que una gestora cualquiera de la ayuda social, destapase su verdadera vocación convirtiéndose en super-“Jéssica” mientras sobrevuela al personal sobre sintetizadores ochenteros. Así en modo “Kamikaze”.

De camino, a esa velocidad más baja, incluso nos podemos encontrar un “Pequeño niño peluquero” que te destroce el cardado. Que te demuestre que la vida es un trasquilón y que, como ya hiciera Sho-Hai en “Bombo Clap” (Boa, 2003), nos haga detenernos a pensar si merece la pena jugarse el pescuezo por ochocientas y pico pelas.

Al final la cabra tira al monte. Y Joe, al vendaval. Y al “Karaoke español”. Si Jéssica había caído allí de pie, a él le corresponde ponerse las alas y revolucionar al personal. Sacarlo de sus jaulas con vistas al mar y hacer que la libertad no se vea como una enfermedad.

Foto: Alexander Gross @iamalexandergross

Foto: Alexander Gross @iamalexandergross

Seguro que Julio Iglesias, más allá de ser el padre de todos nosotros y tener el “Hey” más icónico, también abogaría por ello. Y por quedarse toda la noche sin dormir mirando por la ventana esperando a que llueva. Aunque ojo, en ese estado uno corre el riesgo de caer en la introspección y, antes de tener que gritar “Dejadme en paz”, repasar capítulos de su vida, volviendo a recordar las cosas que no ha hecho bien. Quizás por ser más rebelde que Jeanette. O quizás por no sentirse culpable al paladear una atmósfera psicodélica que podría haber firmado el mismísimo Víctor Cabezuelo para sus Rufus T. Firefly.

Llegados a ese estado mental como base, se puede asumir el peligro de construir “Castillos asquerosos” que muestren como skyline todos los fracasos vitales que has ido certificando año tras año. Pero alégrate, hubiese sido peor no empezar las cosas que no haberlas terminado. Además, no está mal del todo un poco de procrastinación. Aunque solo sea para sumar otra desilusión a la colección de este museo. Que guarda en sus dos últimas salas un rush final con dos platos fuertes. El penúltimo nos lleva de camino al “Club Gurú Punk”, donde Joe se convierte en el tercero en discordia de la mítica batalla de efectos vocales entre Nach y Berto Romero. Una auténtica ambrosía donde conjuga, en su más pura esencia, todas sus virtudes.

Y claro, no se podía echar el cierre a esta pinacoteca de otra manera que no fuese al grito de hijoputa el que no baile. Un alarido que podría dar sobre el techo de un Renault Fuego presidiendo una “Fiesta de disfraces”. Una celebrada en la madrugada en un parkineo escondido al final de una carretera de pasión, donde todo está permitido excepto renunciar a dejarse llevar por la danza desaforada. Como disclaimer final quedas advertido de que tras la escucha, te convertirás en monstruo. Como Joe Crepúsculo convirtió a Joël Iriarte.

Foto: Alexander Gross @iamalexandergross