Esther Jiménez
Redactora
Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica
En la tarde del martes comenzaba el primer concierto de la temporada 2021-22 de Ibermúsica, dentro la serie Barbieri. La expectación en el auditorio se hacía notar, con el público animado a pesar de la lentitud del acceso a la sala, no solo por ser el primer concierto de la temporada, sino por ser también el primero que vive la fundación sin restricción de aforos. El programa de concierto no podía ser más curioso, pues contaba con dos obras en la misma tonalidad, Mi bemol mayor, y que representan dos de las distintas variantes artísticas que convivían allá por el 1881 (estrenadas con dos días de diferencia). Se trata de la Fantasía Escocesa, op. 46 de M. Bruch y la Sinfonía nº 4, WAB. 104 “Romántica” de A. Bruckner (en la versión Nowak).
Aparecían en escena pues, la NDR Elbphilarmonie Orchester, dirigidos en esta ocasión por su director principal, Alan Gilbert y acompañando en la primera parte al violinista Joshua Bell.
Comenzando con la Fantasía Escocesa de M. Bruch, lo cierto es que se sintió un tanto dubitativo el principio, con una percusión y solista que parecían estar aún encontrando su sitio en escena. Sin embargo, toda duda terminó quedando despejada gracias al derroche de carisma que siempre presenta J. Bell en escena, unido a su especial expresividad. Los tuttis arroparon al solista que continuó su concierto in crescendo, siendo sobre todo a partir de la segunda mitad del concierto donde deleitó a la audiencia con todo el color del instrumento. Además, pudimos disfrutar de una verdadera clase de unión entre orquesta, director y solista; ya que la interacción y la comunicación entre los músicos se palpaba en cada nota.
Especialmente hermosa fue la melodía a dúo de solista y arpa (que vuelve cerca del final), además de la buena actuación de la orquesta bajo la batuta de A. Gilbert, siempre a punto para que el solista se encontrara con una buena escolta musical. El público, emocionado, hizo salir varias a veces a J. Bell entre aplausos hasta que se decidió por compartir un bis, en esta ocasión un O mio babbino caro en versión solista y orquesta. Aunque correcto, la ejecución parecía dejar entrever un poco de prisa por llegar al descanso.
Una vez en la segunda parte, el maestro Gilbert sacó a pasear todo el color dinámico de la orquesta durante la Sinfonía. Encomiable fue la interpretación del primer trompa en cada uno de los solos y del resto de la orquesta. El director supo sacar todo el lirismo y dramatismo de las armonías de Bruckner, llevando a la audiencia a un viaje musical intenso, que resultó casi catártico.
La cuerda se enfrentaba a un desafío duro, pues la extensión de la obra exige mucho esfuerzo a cualquier intérprete de cuerda frotada. Sin embargo, no solo estuvo a la altura de las circunstancias sinfónicas, sino que llenó de elocuencia y alma una obra compleja pero tan instintiva en algunos pasajes. Especial ovación recibió la sección de viola, pues regaló a la audiencia algunas de las interpretaciones más emotivas de la noche.
Sin duda, A. Gilbert supo guiar a la orquesta en esta catedral sonora dejándonos una magnífica interpretación.