Rivas Vaciamadrid. 25 de mayo de 2024, Auditorio Miguel Ríos

Tras varios meses “metidos en la cueva”, el compositor extremeño y máximo precursor del rock transgresivo volvía a la primera fila del panorama musical nacional con nuevo disco de oro bajo el brazo, y qué mejor manera de presentación a su acérrima y más que consagrada multitud, que con la pertinente gira asociada. El disco, una obra de arte; la gira pura utopía.

Si ya en la previa del concierto apuntábamos la calidad y personalidad que derrochaba “Se nos lleva el aire”, y mas particularmente su maravilloso “El poder del arte”, con sus quiméricos nueve minutos de desorden controlado, donde los continuos cambios, rápidamente quedan traducido en una montaña rusa anímica. El espectáculo que ofreció a sus “Robes” el pasado 25 de Mayo en la capital, no quedó fuera de esa realidad ilusoria.

Ángel Muñoz

Ángel Muñoz

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Desde “Destrozares” hasta “Ama, ama, ama y ensancha el alma” transcurrieron más de tres horas de ficción donde, el más mínimo atisbo de tranquilidad quedaba acallado y suspendido a favor de la poesía y el arte. Tres horas de recorrido en las que los temas de su época en solitario giraban junto con los más antiguos de Extremoduro, en torno a su último trabajo, que sonó casi al completo para delicia de los allí presentes.

De esta manera se entretejía un espectáculo mayúsculo donde los tan aclamados “El poder del arte”, “Esto no está pasando” o “El hombre pájaro” bailaban de la mano de “Standby”, “Salir” o “La ley innata”.

Tampoco quedaba en el olvido su maravilloso “Mayéutica”, con segundo y cuarto movimiento copando la primera plana de una segunda parte que, de nuevo, volvía a encumbrar al extremeño ante los más de 30.000 personas que se congregaron en el recinto.

El sonido, simplemente perfecto. Los juegos de luces, extraordinarios; acompañando elegantemente cada uno de los más de 20 temas que sonaron, pero sin llegar a eclipsar la realidad de la escena.

Ante el descaro de algunos, que año tras año no paran de excusar el éxito del plasentino, en su antigua (que no olvidada) época en Extremoduro; Robe vuelve a demostrar que la madurez alcanzada en solitario está a la altura de esa antigua (que no olvidada) maravillosa época.