Si algo sobresale en este trabajo es lo extremadamente divertidas que resultan sus canciones más ágiles, en las que el estilo de Kane se hace más reconocible, como en Slow Death o Blue Skies. Este es, paradójicamente, el mayor problema del proyecto: al escucharlo, salta a la vista quién es su autor. Si bien poseer una identidad sonora tan definida no es algo negativo, da la sensación de que cualquiera de los cortes del álbum podría formar parte de uno de sus trabajos anteriores, algo esperable cuando se viene de una racha de tres discos en cuatro años.

Pese a ser quizás algo lineal dentro de su discografía, sí se percibe que la fórmula se está perfeccionando y puliendo sus aristas. Esto se refleja en las letras que, sin ser nada del otro mundo (tampoco es lo que se espera ni lo que más destaca del artista), se sienten más trabajadas y con un hilo temático que une todas las canciones del disco a través del desamor. No es un enfoque especialmente sutil, pero sí ágil y bien integrado con el apartado sonoro, como ocurre en Love is Cruel.