Era un buen músico, un soñador poseído por una necesidad innata de transmitir su arte más allá de su pequeño pueblo, de su pequeña ciudad, de su barrio… había nacido en Mineápolis, en Brixton, en Aberdeen, en Bay City o en Castejón, y en ese ínfimo lugar se había intentado rodear de creadores, pero ninguno como él.

Conoció a otros músicos que decían ser buenos con la batería o con la guitarra, aunque nunca habían hecho nada más relevante que tocar en bodas o para amenizar cenas, y sin ánimo de desprestigiar a ese tipo de profesionales, los que se cruzaron con él carecían de esa visión universal y cósmica.

Juanra Fernández

Juanra Fernández

Redactor

La percepción de esos aficionados locales era simplemente ser los mejores de su pueblo, de sentirse admirados por familiares y amigos cercanos y no ensayar más allá de lo estrictamente necesario para no hacer el ridículo, y si lo llegaban a hacer, siempre estaría justificado por el abuso de cerveza.

Él decidió plasmar su obra para oírla sonar en emisoras locales, regionales y nacionales. Él quería atravesar océanos con su música… Buscó un estudio y se encerró con su formación rural, entre bodas, cenas y festivales ganaderos, pudieron sacar tiempo para grabar algunos temas, esos que les harían famosos. Pero el vértigo apareció; los instrumentos se rebelaron e impidieron que la música se armonizara, aunque todos sabemos que los instrumentos son inertes y no pueden rebelarse, aunque esa era la justificación pueblerina para la incapacidad.

Lograron grabar algunos temas entre vómitos, tensiones y malhumores y, al terminar, los músicos volvieron a sus bodas y cenas amenizadas y él se quedó solo para escuchar el resultado. Apenado lloró por descubrir la realidad, no servía para triunfar.

Sin embargo, poco después, alguien apareció. Eran músicos lejanos y llegaron interesados en escuchar la grabación. Ellos supieron ver más allá de la percepción ciega e ínfima del pueblo y descubrir el mensaje universal. Volvieron a grabar o regrabar lo grabado con desgana, esta vez con talento e ilusión y propiciaron que todo el mundo pudiera escucharle a él, a su música.

La gente se emocionó con sus letras, sonrió con sus melodías y bailaron en cada rincón sus ritmos. Habían descubierto una nueva estrella brillando con más fuerza que ninguna, un brillo inusual que se había activado al salir del pueblo, al dejar atrás la ceguera de la ignorancia.

Él se llamaba Prince, Bowie, Cobain, Madonna o Perales…