Los centros de gravedad permanentes de Rigoberta Bandini y Franco Battiato

Si en el disco de Rigoberta Bandini Jesucrista Superstar (2025) hay una canción en la que la intertextualidad es más que evidente esa es, sin duda, …Busco un centro de gravedad permanente. Escuchar su título y no retrotraerse a los años 80 es del todo punto imposible, pues mediada la década, un músico italiano llamado Franco Battiato, que había irrumpido con fuerza en la escena musical de su país unos años antes, desembarcó en España con un disco cantado en castellano: Ecos de danza sufí (1985), en el que incluía una canción cuyo estribillo ha servido de base para el título de la de Rigoberta Bandini. Algunos de los temas incluidos en este álbum ya aparecían en su disco de 1981 La voce del padrone. Entre ellas la que nos va a ocupar a lo largo de las siguientes líneas: …Centro de gravedad.

Fernando Molero

Fernando Molero

Redactor

La primera vez que vi a Battiato en televisión (si la memoria no me falla) fue en el mítico programa Tocata, dirigido por Mauricio Romero, guionizado por un especialista como José Ramón Pardo y presentado en distintos momentos (compartidos o no) por José Antonio Abellán, Mercedes Resino y Eddi Calixto, Silvia Abrisqueta e incluso por quien fuera vocalista de Olé Olé en sus inicios: Vicky Larraz, después de abandonar la banda y ser sustituida por Marta Sánchez. Por su plató pasó lo más granado de la llamada «Movida madrileña», músicos variopintos, bandas extranjeras y solistas tanto nacionales como internacionales que ilustraban bien el paisaje cultural de una época. Fue el 30 de octubre de 1985. Yo tenía 20 años entonces. Repitió un par de años después en el mismo programa. Recuerdo su actitud, su pose, su presencia, su imponente nariz gongorina, su música tan diferente a todo lo que escuchaba en aquellos días. No era Battiato ningún chaval. Una carrera lo abalaba, a pesar de que por estos lares resultaba todavía casi un completo desconocido. Ángel Casas fue uno de los primeros en entrevistarlo en la recién estrenada TV3 de Cataluña y luego participó en prácticamente todos los programas musicales o de variedades de la televisión española. Paloma Chamorro, que venía del gran éxito de La Edad de Oro lo entrevistó y le brindó un concierto en directo emitido en dos partes en su programa La estación de Perpiñán, en 1987.

Por aquellos días, o quizá un poco después, el cantante italiano actuó en el Gran Teatro de Córdoba. Cómo perdérmelo, si amaba su música, si sus letras, más allá de su contenido o de cualquier significado reconocible, eran evocativas, te trasladaban a lugares en los que nunca habías estado y tal vez quisieras estar. Sitios en los que los zíngaros del desierto bailaban con candelabros encima, o los derviches giróvagos daban vueltas sin cesar embutidos en sus túnicas blancas, o estudiantes de Damasco paseaban vestidos por igual mientras el músico esperaba el pronto retorno de la era del jabalí blanco. Un concierto cuya huella el tiempo no puede borrar.

Y así llegamos a Rigoberta Bandini y su Jesucrista Superstar, heredero a su manera de un concepto de construcción intertextual. Así, en su conjunto, puede decirse (siguiendo las directrices de Genette) que este trabajo es un hipertexto por transformación simple de otro(s) hipotexto(s), aunque entre las fuentes originales y su réplica haya una distancia tal a nivel conceptual, temático, musical, etc., que resulta del todo punto imposible establecer conexiones que vayan más allá de unos ecos lejanísimos, de un juego de referencias evocativas que sirven a su autora para inscribir su disco en un contexto dialógico y cultural específico, muy concreto.

Que a Rigoberta Bandini le entusiasma este juego queda patente en muchas canciones de su primer disco: La emperatriz (2022). En él tergiversó, por ejemplo, la letra de aquella mítica canción de los payasos de la tele titulada Los días de la semana, un canto machista para la instrucción de las niñas de los setenta. Ella, con la colaboración de Amaia, le dio la vuelta y la transformó en lo contrario en Así bailaba, un himno a favor de la felicidad y la libertad de las mujeres, que en lugar de planchar los lunes, limpiar los martes, lavar los miércoles, coser los jueves, barrer los viernes, guisar los sábados y rezar los domingos (madre mía, qué tortura, qué crueldad sin paños calientes ni piruetas subliminales, a pelo, como alcohol de garrafón inyectado en vena), se levantan un día contentas y solo tienen que preocuparse de una cosa: de bailar, de lunes a domingo. Por no hablar de las menciones a Julio Iglesias o a Paolo Sorrentino, por ejemplo.

Rigoberta Bandini compone las canciones de su nuevo disco a la edad de 33 años, la misma que tenía Cristo cuando murió en la cruz. «Tengo treinta y tres, soy Jesucrista Superstar, / siempre quise cambiar el mundo sin moverme del sofá», canta en La pulga en el sofá. Y tal vez quisiera ser una estrella en femenino a la altura no del personaje histórico, pero sí de aquella ópera rock de los años 70. O al menos émula de la misma, una alumna aventajada con su seudo ópera pop-electrónica a ratos naif, a ratos intensa y desencantada, casi siempre juguetona y bailable, variada en lo musical, digna hija de su tiempo y de su condición de mujer.

Pero volvamos a Rigoberta Bandini y a su canción …Busco un centro de gravedad permanente, título tomado literalmente del estribillo del tema de Battiato …Centro de gravedad, incluido en Ecos de danza sufí, junto con otros inolvidables como Sentimiento nuevo, El animal, La estación de los amores o su particular versión del Cuccurucucu.

El cineasta Pedro Almodóvar, que usa habitualmente en sus películas este recurso de la alusión, la cita o la inclusión literal de textos fílmicos ajenos en los propios, llama a dicha apropiación: robos. Según él, roba imágenes, escenas, fragmentos sonoros de otras películas o libros, por ejemplo, para introducirlos en la diégesis de sus historias y establecer, de paso, un diálogo con ellas.

Algo parecido (por no decir lo mismo) hace Rigoberta Bandini. Habla de sus cosas, con su estilo e intereses particulares, transita un terreno reconocible para quienes escuchan su música, y de camino rinde homenaje a Franco Battiato. Lleva a quienes escuchan su canción a un territorio espacio-temporal que hunde sus raíces en la memoria para tender un puente entre el pasado y el presente y vincular, inexorablemente, su canción a la del músico de Catania.

Empecemos por el principio. Se conoce al centro de gravedad como un punto imaginario del cuerpo donde se concentra toda su masa y se aplica la fuerza de la gravedad. Vendría a ser algo así como el punto de equilibrio de cualquier objeto sobre el que nada pueden hacer las demás fuerzas gravitatorias.

Muchas son las veces en las que los seres humanos nos vemos abatidos y zarandeados por impulsos de índole familiar, laboral, de salud o desconocida que pretenden, con su energía negativa, sacarnos de ese centro de gravedad. Dibujamos entonces elipsis azarosas, describimos parábolas informes o nos comportamos según modos y maneras con las que quizá no llegamos a comulgar del todo. Y, por regla general, cuando esto ocurre, nos sentimos mal y buscamos con denuedo ese equilibrio que nos permita reconocernos según la imagen que nos hemos forjado de nosotros mismos.

De eso va la canción de Rigoberta Bandini, que se abre con los siguientes versos: «Se me ha parado el corazón. / Ya no hay tictac, no hay diversión. / Busco y no encuentro la alegría. / Salgo a pasear por la ciudad. / Me fumo un piti sin pensar. / No reconozco mi apatía». Esa extraña y a veces terrible sensación de estar fuera de uno mismo, de no encontrar nada que te satisfaga realmente, provoca un estado de angustia y de transitorio desequilibrio que, para evitar la enajenación, incita a la vuelta a nuestro centro de gravedad, a poder ser, permanente. Búsqueda que no siempre tiene por qué resolverse satisfactoriamente. Rigoberta Bandini lo sabe bien. Anhela esa estabilidad, convencida de que es «Un lugar del que no me quiero bajar. / Seguiré buscándolo toda mi vida. / Como un náufrago que no llega nunca a su hogar».

Mientras ella zozobra y no tiene la certeza de que vaya a conseguirlo (tal vez porque aún es joven), la preocupación de Franco Battiato es de índole distinta. Él también busca su centro de gravedad permanente (antes que ella, pues su canción la precede, le sirve de base), pero no como un náufrago que nada irremisiblemente contra la corriente, sino como alguien que tiene sus ideas claras y quiere esa firmeza para que estas no muden. «Busco un centro de gravedad permanente / que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente. / Yo necesito un …cerco un centro di gravità permanente / che non mi faccia cambiare idea sulle cose, sulla gente. / Over and over again», canta Battiato, basándose en la teoría filosófica de George Gurdjieff, un pensador que habla de la armonización de los centros emocionales, corporales e intelectuales de los seres humanos para el control de sus vidas. Desea el músico italiano mantener su integridad y convicciones frente a los vaivenes de las modas y las influencias externas que no nacen de nuestro propio interior.

Rigoberta Bandini, igual que Battiato, divide su canción en dos partes con su correspondiente estribillo. Sin embargo, más allá de las concomitancias estructurales, las diferencias estilísticas son considerables entre ambas. Mientras que nuestra Jesucrista Superstar utiliza versos cortos, casi todos eneasílabos (salvo en el estribillo), con rimas asonantes diferentes los dos primeros de cada estrofa y el último de ellas, el músico italiano recurre al verso libre, polimétrico, mucho más largo, sin rima, que apunta más a la sugerencia que a la emoción directa.

Bandini utiliza la primera persona para transmitir su estado anímico, que en la primera parte es de abatimiento, bajón y rabia: «Pero estas ganas de morder / creo que me van a enloquecer. / Ya he roto toda la camisa», y en la segunda cambia de tono, fluctúa hacia una actitud vital más feliz y positiva que se podría resumir en la siguiente estrofa: «Bailo a mi gusto, hago claqué. / Te alegro el día sin querer. / Parezco siempre distraída», o en esta otra: «Por fin, un poco de emoción / para esta vida sin acción. / Voy a silbar la melodía», antes de abordar el conocido estribillo que da título al tema. Detrás de la frescura y la aparente intrascendencia de la letra late, como en tantas otras suyas, una llamada al empoderamiento femenino, a la lucha personal y social que modifique el punto de vista que siempre se ha tenido sobre las mujeres, a denunciar aquellos roles impuestos por fuerzas externas que poco o nada tienen que ver con sus verdaderos deseos. Rigoberta Bandini es terrenal, directa y emplea un lenguaje cercano, coloquial, cuyo mensaje es fácilmente descifrable, con frases cortas y sencillas que invitan a actuar, a tomar partido, a sumarse a su fiesta.

Por el contrario, Battiato es más espiritual, apegado a los altos conceptos culturales, filosóficos y científicos. Recurre a metáforas e imágenes, al uso de oraciones complejas, subordinadas, que invitan a la meditación, a la suspensión de la conciencia individual para tratar de integrar a quien lo escucha en una especie de comunión colectiva. En los cinco primeros versos de su …Centro de gravedad, perfila un escenario por el que pululan varios personajes sin aparente conexión entre ellos. Evita la acción, muestra solo retratos, fotografías detenidas en un tiempo más allá del tiempo, inmortal. No utiliza ni un solo verbo porque no cuenta nada, solo describe unas imágenes que se graban en nuestra memoria al ritmo de su música: «Una vieja de Madrid con un sombrero, / un paraguas de papel de arroz y caña de bambú. / Capitanes valerosos, listos contrabandistas, noctámbulos. / Jesuitas en acción, vestidos como unos bonzos / en antiguas cortes con emperadores de la dinastía Ming». Ataca después con su potente estribillo antes de dar paso a una segunda parte en la que el yo lírico sí se impone con rotundidad para dar pleno sentido a esa repetición, a esa búsqueda constante del equilibrio personal. Otros cinco versos más livianos nos introducen en aquellas modas musicales que a él le molestan sobremanera. Quizá sea demasiado intransigente en sus apreciaciones. Podríamos decir que no deja títere con cabeza. Todo en aras de ese centro de gravedad. «En las calles era mayo y caminábamos juntos / cortando entre bromas manojos de ortigas. / No soporto ciertas modas: / la falsa música rock, la new wave española, / el free jazz, punki inglés, ni la monserga africana», canta Battiato aplastando la hierba a su paso como el caballo de Atila.

Sí, es cierto, la vida es un carrusel. A veces lento, a veces loco, siempre girando. Imposible bajarse de él. En ocasiones vamos rápidos con la convicción de quien tiene muy claras sus ideas o con la estupidez de quien se deja arrastrar por las imposiciones de los demás, llámense estas políticas, culturales, sociales, etc. Otras dormitamos perezosos en tiovivos a lomos de caballitos de madera o de cochecitos minúsculos de bomberos en pos de apagar fuegos que nos interpelan directamente o que ni siquiera van con nosotros. Sacudidos, siempre a merced de los embates de las olas de la vida. Por eso no es nada fácil mantener un centro de gravedad permanente. Hay que luchar por conseguirlo. Y si se nos olvida la tarea, para eso está la música, para recordárnoslo. Sea con la lírica personal e incontestable de Franco Battiato, sea con la juguetona intertextualidad de Rigoberta Bandini