Esther Jiménez

Esther Jiménez

Redactora

Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica

El lunes 8 de noviembre asistimos a la inauguración de la Serie Arriaga de la productora Ibermúsica, con Daniel Barenboim y la Staatskapelle de Berlín. Un concierto dedicado a la Sinfonía en Si menor D 759 de Schubert, la Inacabada, y la Sinfonía n.º 3 en mi bemol mayor, op. 55, la Heroica de Beethoven. 

Con motivo de los 30 años del maestro Barenboim al frente de la formación, el concierto es parte de una gira europea que comenzó el 27 de octubre y que cerraba su paso por Madrid con otro concierto en el Auditorio al día siguiente, también organizado por Ibermúsica pero esta vez dentro de su Serie Barbieri.

Comenzábamos pues, con la Inacabada. La orquesta introducía la sinfonía en un pianísimo concreto pero muy delicado. Sin duda, Barenboim sabe hacer que la orquesta consiga las dinámicas más extremas con exactitud casi marcial, sin perder por ello la emoción. El primer movimiento danzaba entre la delicadeza de lo místico y la solemnidad de los fortes. Todo ello aderezado con unos solistas de viento que supieron sacar jugo a unas melodías tantas veces escuchadas en los auditorios de este país. En el segundo movimiento la orquesta siguió con precisión las indicaciones de su director, aprovechando las tensiones armónicas para jugar con esa angustia vital que Schubert parece querer impregnar en sus pasajes. Destacó la tensión que los pianísimos de la cuerda crearon impidiéndonos perder atención a nada de lo que sucedía en el escenario.

La Heroica por su parte se llenó de solemnidad y afecto, con unos tempos que no fueron demasiado rápidos. Lo cierto es que se agradecieron, ya que nos permitían apreciar mejor todos los detalles de la sinfonía. De nuevo, los extremos a los que el maestro hacía llegar a la orquesta en cuestiones dinámicas hicieron que la obra se llenara de color y múltiples texturas sonoras. Los crescendos y dimienuendos, progresivos y agigantados en su máxima expresión, no encontraban a ningún músico fuera de lugar. Daba incluso la sensación de que la orquesta crecía y disminuía en número de intérpretes en su avance por los reguladores. Los pasajes fugados permitieron que se desarrollara un intrincado diálogo musical en la orquesta, siendo algunos de los momentos más interesantes de la noche. 

Aunque marcada de cierto carácter clásico en la interpretación, la orquesta y el maestro supieron transmitir que esta sinfonía es un antes y un después dentro del sinfonismo de Beethoven y por tanto, dentro del sinfonismo en general.

El primer movimiento brilló en cada una de las intervenciones, llenas de heroicidad cada vez que el tema hacía acto de presencia. Especialmente emotiva fue la Marcha Fúnebre donde la cuerda acompañó con intimismo y seriedad los magníficos cánticos de la sección de viento. El Scherzo, resultó un delicioso contraste en carácter, no permitiendo Barenboim que por ello perdiera rigurosidad alguna. Este desembocó en un attaca al IV movimiento que nos dejó un final apasionado y enérgico.

En conjunto, un concierto espectacular que hizo las delicias de los asistentes, cerrando la noche en una ovación tanto al maestro Barenboim como a los músicos.