Psicología y cultura en Rumias de Hermana Furia

Según el Diccionario de la lengua española de la RAE el verbo rumiar tienes estas acepciones:

  1. Masticar por segunda vez, volviéndolo a la boca, el alimento que ya estuvo en el depósito que a este efecto tienen algunos animales.
  2. Considerar despacio y pensar con reflexión y madurez algo.
  3. Rezongar, refunfuñar.

Fernando Molero

Fernando Molero

Redactor

El último disco del grupo madrileño Hermana Furia lleva por título Rumias. El segundo de los doce temas incluidos en el álbum le da nombre genérico. Y puesto que la canción no habla de vacas o rumiantes similares, es lógico pensar que estará relacionada con las otras dos acepciones.

Abordemos, por tanto, el concepto de la rumiación desde una perspectiva psicológica. Aplicada al ser humano, la rumiación es la preocupación continua por temas generalmente desagradables que afectan a la situación personal de quien sufre dicha inquietud o desasosiego. Se trata de pensamientos repetitivos, invasivos y, por regla general, contraproducentes para la persona. No es recordar algo que ha ocurrido, sino un proceso mental en que alguien repasa, analiza y discute internamente situaciones vividas en busca de respuestas o desenlaces a problemas ya pasados, que casi nunca tienen solución. Es lo que se conoce, popularmente, como «darle vueltas a la cabeza» o «comerse el coco». La gran mayoría lo hacemos en mayor o menor medida, lo que puede acarrearnos una serie de consecuencias negativas para la salud como ansiedad, estados depresivos, insomnio, mal sueño o menoscabo de la capacidad de resolver conflictos, dada la cantidad de energía mental desperdiciada. El pensamiento productivo, creativo y el descanso del cerebro se ven resentidos por ese constante retorno a cuestiones cenagosas que ansían engullir al rumiador.

El biólogo, antropólogo, neurocientífico, investigador y divulgador Emiliano Bruner, en su reciente libro La maldición del hombre mono: Las raíces evolutivas del sufrimiento humano, publicado por la editorial Crítica en junio de 2025, reflexiona sobre el estrés crónico que afecta a nuestro cerebro como consecuencia de la permanente inflamación psicológica a que lo sometemos a diario. Porque durante las veinticuatro horas del día, siete días a la semana y trescientos sesenta y cinco días al año, dedicamos excesiva atención a una vida inexistente forjada a base de miedos inexplicables, preocupaciones y expectativas no resueltas en la que sometemos a nuestra mente a juzgar, valorar, comentar, desear, rechazar o proyectar cuestiones que conducen a callejones sin salida, en los que no se obtienen fruto alguno. Bruner explora el conflicto evolutivo que nos ha llevado a que el exceso de rumiación y vagabundeo mental interfiera y afecte a nuestra calidad de vida. Como dijo en una entrevista concedida a Laura Miyara para La Voz de La Salud publicada el 24 de junio de 2025: «Nuestro cerebro es un motor Ferrari dentro de un Seat». Es lógico, por tanto, que su rugido y su velocidad caliente el chasis y amenace con hacerle perder todos los tornillos.

El problema de la rumiación es una constante generalizada del género humano, de la que no escapa ni el rico ni el pobre, ni el guapo ni el feo, ni el inteligente ni el ignorante. Cualquiera puede sufrirla de manera esporádica o continuada, provocándole un estrés emocional que en ocasiones hay que ocultar bajo capas y capas de apariencia para mejor responder a las exigencias sociales. Un ejemplo. Una joven tan bella y exitosa como la actriz Esther Expósito contestó a la pregunta «¿Le cuesta disfrutar?», formulada por Raquel Peláez en la revista S Moda, nº 325, septiembre 2025, p. 89, que «Me cuesta pero lo intento. Agradecer lo que tengo, aceptar lo que hay y disfrutarlo, no estar siempre en busca de lo que falta. Me obligo un poco a estar aquí y disfrutar ahora. Pero claro, las personas que tenemos ansiedad sabemos que eso es muy difícil. O sea, uno de los problemas de ansiedad es que nunca estás presente, siempre hay algo que te está inquietando, una rumiación».

Según el paleoneurobiólogo Emiliano Bruner somos una especie que ha invertido mucho en el desarrollo de una capacidad cognitiva muy compleja. La inteligencia ha propiciado nuestro éxito reproductivo grupal y la adquisición de herramientas tecnológicas y avances sociales de capital importancia para nuestra evolución. Las rumiaciones son, por desgracia, efectos colaterales de ese tiempo que no le dedicamos al sexo y a la reproducción y que entregamos a nuestra capacidad imaginativa, a permanentes monólogos interiores que nos llevan a la ansiedad, al estrés, al agobio emocional.

La primera estrofa de Rumias, la canción que nos ha traído hasta aquí, habla de la asunción de los errores sin necesidad de tenerlos presentes constantemente. Y recomienda adoptar el punto de vista inocente y puro de un chiquillo, en el que la contaminación social y los estrechos límites de las normas de los adultos aún no han hecho mella en su visión del mundo: «Voy a recorrer todo este camino / aceptando lo que hice mal. / Voy a ver el mundo al igual que un niño / ve su avión echar a volar».

Sin embargo, Hermana Furia, lejos de ahondar en ese melón que ha abierto, se desvía ligeramente del asunto de la aceptación de equivocaciones y culpas para escapar del acoso de las rumiaciones y se adentra en un nuevo territorio presidido por la falta de empatía con la que a veces nos conducimos los humanos: «Siempre es difícil ponerse en otra piel, / otros zapatos llevar, / es un veneno que envuelve nuestro ser, / la condición natural».Y para reforzar la idea de que es algo antinatural situarse en el otro lado y ver las cosas desde el punto de vista de nuestro interlocutor en un intento de comprender sus actos o palabras, la banda madrileña recurre al hecho cultural, a la voz autorizada de los artistas, de los creadores, de quienes desde la antigüedad han visto claro que el hombre es capaz, como nos recuerda asimismo La Biblia, de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, según reza en los Evangelios de San Mateo (7:3-5) y San Lucas (6:41).

Tomando como punto de partida la fábula La mochila de Jean de La Fontaine, también conocida como Las dos mochilas, recuperada de la tradición oral de la antigua Grecia tal vez por Esopo, lo ejemplifican recurriendo a la metáfora de la doble mochila con la que todos cargamos: «Son dos mochilas, lo dijo Júpiter, / una delante, otra atrás. / Alante el vicio del otro solo ver / y atrás el propio llevar». Le perdonaremos a los letristas los horrendos hipérbatos de estos dos últimos versos en aras de crear la rima consonante del primero y el tercero y a la asonante del segundo y cuarto.

Recurrimos de nuevo al diccionario de la RAE, que nos informa de que una fábula es un «breve relato ficticio, en prosa o verso, con intención didáctica o crítica frecuentemente manifestada en una moraleja final, y en el que pueden intervenir personas, animales y otros seres animados o inanimados». A casi todos nos leyeron de niños algunos de estos cuentos protagonizados por regla general por animales antropomorfizados que hablaban y se comportaban como humanos. Zorros, gallinas, leones, tortugas, liebres, asnos, lobos, hormigas, ranas y toda una considerable fauna desfilaba por las páginas de dichas fábulas, muy utilizadas en la educación de los colegios por ser entretenidas, fáciles de entender y por esos versos finales de los que se extrae una enseñanza. También aquí, en España, tuvimos en el pasado (siglo XVIII) nuestros particulares fabulistas: Félix María de Samaniego y Tomás de Iriarte, que asimismo recrearon a su manera las obras de los clásicos.

Volviendo a la que nos ocupa, la de La Fontaine, por su brevedad, la reproducimos adaptada a continuación:

Cuentan que Júpiter, antiguo dios de los romanos, convocó un día a todos los animales de la Tierra.

Cuando se presentaron les preguntó, uno por uno, si creían tener algún defecto. De ser así, él prometía mejorarlos hasta dejarlos satisfechos.

– ¿Qué dices tú, mona? –preguntó.

– ¿Me habla a mí? –saltó la mona–. ¿Yo, defectos? Me miré en el espejo y me vi espléndida. En cambio el oso, ¿se fijó? ¡No tiene cintura!

– Que hable el oso –pidió Júpiter.

– Aquí estoy –dijo el oso– con este cuerpo perfecto que me dio la naturaleza. ¡Suerte no ser una mole como el elefante!

– Que se presente el elefante…

– Francamente, señor –dijo aquel–, no tengo de qué quejarme, aunque no todos puedan decir lo mismo. Ahí lo tiene al avestruz, con esas orejitas ridículas…

– Que pase el avestruz.

– Por mí no se moleste –dijo el ave–. ¡Soy tan proporcionado! En cambio la jirafa, con ese cuello…

Júpiter hizo pasar a la jirafa quien, a su vez, dijo que los dioses habían sido generosos con ella.

– Gracias a mi altura veo los paisajes de la tierra y el cielo, no como la tortuga que solo ve los cascotes.

La tortuga, por su parte, dijo tener un físico excepcional.

– Mi caparazón es un refugio ideal. Cuando pienso en la víbora, que tiene que vivir a la intemperie…

– Que pase la víbora –dijo Júpiter algo fatigado.

Llegó arrastrándose y habló con lengua viperina:

– Por suerte soy lisita, no como el sapo que está lleno de verrugas.

– ¡Basta! –exclamó Júpiter–. Solo falta que un animal ciego como el topo critique los ojos del águila.

– Precisamente –empezó el topo–, quería decir dos palabras: el águila tiene buena vista pero, ¿no es horrible su cogote pelado?

– ¡Esto es el colmo! –dijo Júpiter, dando por terminada la reunión–. Todos se creen perfectos y piensan que los que deben cambiar son los otros.

Suele ocurrir.

Solo tenemos ojos para los defectos ajenos y llevamos los propios bien ocultos, en una mochila, a la espalda.

Como en La mochila, en Rumias, Hermana Furia critica la tendencia natural a ver los defectos ajenos, por nimios que sean, frente a la ceguera con que valoramos los propios. Una debilidad humana que posiblemente, a tenor de que viene desde los tiempos en que los propios dioses de la mitología griega reinaban en el imaginario de los hombres, no tiene cura.

Tras la repetición de la primera estrofa, asumida como estribillo, y asociada a ella, los madrileños enlazan con la idea anterior, con la necesidad de empatizar con el prójimo y abandonar rumiaciones innecesarias que no solo son perjudiciales para la salud sino que pueden llegar a impedir hacer el bien: «No discutir sobre qué es hacer el bien / y ponerme a hacerlo ya, / sin más razón que estar recordándome / qué quiero hacer de verdad». Vivir el presente. Encontrar el camino. Dejar atrás las cavilaciones. Ser bondadosos con los demás.

Para terminar con una suerte de debate entre la luz y la oscuridad, entre la claridad y las sombras que presiden nuestra existencia, con términos que caen de uno y otro lado en un juego de espejos antitéticos. Así aparecen las palabras luz, cantar y bailar frente a otras de connotación negativa y siniestra como ataúd y noches de terror. Para escapar de las rumiaciones nada mejor que «Abrazar con gratitud la luz / no abrir el ataúd. / No quiero dudas ni noches de terror, / solo encontrar mi lugar». La importancia de encontrar equilibrio y de tener las ideas claras para conseguir la supervivencia y el bienestar emocional, para ahuyentar el sufrimiento al que nos conduce y condena nuestra propia condición humana.

Nuria Furia (voz y sintetizadores), Edu Molina (guitarra, voz, piano y producción), Pau C. Marcos (bajo y coros) y Tweety Capmany (batería y coros), es decir, Hermana Furia, «Lo mejor que le ha pasado en mucho tiempo al rock en este país», en palabras de Julio Ródenas, conductor y presentador del programa «Turbo 3» de Radio 3, a diferencia de las fábulas con moraleja final e intención didáctica, concluyen su canción Rumias con buenas vibraciones, con una adecuada dosis de esperanza, casi como si se tratase, salvando las distancias, del final de una comedia romántica en la que se puede soltar la melena y ponerse a cantar y a bailar con el único objetivo de pasarlo bien, de disfrutar del momento, de celebrar la vida: «Voy a cantar sin mirar alrededor. / Quiero bailar sin pensar».

Exorcicemos, pues, los incómodos fantasmas que visitan sin permiso nuestra mente, entreguémonos a la música, a su sonido y a sus letras, para escapar de esa cárcel propia en la que sin querer recluimos absurdos pensamientos que no alteran el pasado, que incomodan al presente y que lastran el futuro. Evitemos juzgar a los demás. No juzguemos a los demás. Y, si lo hacemos, que sea con la misma vara de medir que usamos para nosotros mismos. Intentemos no ser rumiantes.